Aquel desarrapadillo se sentó sobre
mis rodillas y mientras el fotógrafo disparaba el flash, comentó con
desparpajo:
—Hola. Me he portado bien. Estudio
y hago los deberes, obedezco a mis papás y quiero mucho a mi hermanita Violeta.
—Muy bien, campeón, ¿cómo te
llamas?
—Carlos Martínez. Calle Guerrillero
Cabrera 13, puerta 5.
—¿Has entregado tu carta al paje?
—No, no he escrito ninguna carta; no necesito
nada.
Esas palabras me sorprendieron. Dirigí
entonces la vista hacia su madre, una mujer ojerosa que al cuidado de un viejo
carrito de bebé y con un abrigo ajado que le venía demasiado grande, nos
contemplaba sonriendo.
—¿Y eso? ¿Por qué no quieres nada,
Carlos? Entonces, ¿para qué has venido?
—Soy pequeño, pero no soy tonto, Gaspar
o como te llames. Sé que el día de Reyes tendré unos juguetes usados que mi
padre sacará de cualquier sitio. Por eso solo quiero pedirte que a él le
consigas una bicicleta. Anteayer se la robaron y la necesita para ir a
trabajar. Júrame que lo harás. Sé que puedes aunque no seas ni rey, ni mago. Júramelo,
anda. Tienes cara de buena persona, Gaspar o como te llames.
Siempre me ha parecido que una de las formas más duras de reflejar una realidad e ponerla en boca de un niño. Muy buen relato, maestro.
ResponderEliminar