Ayer soñé que despertaba en una
lujosa habitación. Llevaba puesto un pijama que ya había visto antes en el
Carrefour, fabricado en China con una tela imitación de seda, repleta de barras
y estrellas. Al incorporarme debieron activarse unos sensores de movimiento porque sonaron unos pitidos y de súbito apareció un tipo engominado que decía ser mi ayuda de cámara, informándome
de que enseguida me servirían el desayuno porque en menos de una hora debía
embarcar en el Air Force One para
desplazarme a un país árabe, para abordar en una cumbre no sé qué crisis
internacional. El individuo aquel, que era negro como yo (¡jcoño, no era grasa!),
no quiso creer que había un error, que yo no era el puñetero presidente de los
Estados Unidos de América, que sólo era Pepe Sánchez, uno de los operarios del
taller de mecánica, chapa y pintura “NIKELAO”, en Argamasilla del Ebro. El tío
plasta empezó a meterme prisa; que si tiene que desayunar, que si tiene que
asearse, que si ha de vestirse y revisar unos papeles. Un tocapelotas de
primera. Bañado todo con un café deprimente, tuve que zamparme a contrarreloj el
beicon, los huevos y las tortitas untadas de una horrible manteca de cacahuete
que no debe gustar ni a los monos más hambrientos. Ya en el baño, vi que había
adelgazado unos cuarenta kilos, pero no acababa de gustarme ese nuevo aspecto.
Sí, probablemente era más joven y atractivo que antes, pero es que yo nunca le hecho
asco a mis michelines ni a mi papada, que lo mío me ha costado conseguirlos y
bien que le gustan a mi Manola. Una vez limpio y perfumado, el auxiliar, que
por lo visto se llamaba H. Murray (por lo menos eso ponía en la placa que
llevaba sobre el pecho), me dio a elegir entre un traje gris o uno negro. Lo
prefiero blanco, le dije, más que nada por joder y para resarcirme de lo de la
manteca de cacahuete. Eso es imposible, dijo Murray. Puse cara de mala leche y
dije pues que sea blanco y además smoking y con pajarita, me cago en tus
muertos. Lo dije por joder y por la manteca, pero también porque en mi vida me he puesto un
smoking y mira por donde, en ese momento me apetecía, la verdad. Murray se
arrodilló delante de mí y se puso pálido, comenzó a sollozar y a implorarme que
no insistiera, que ese no era el atuendo que el protocolo exigía. Pues me cago
en tus muertos y además en ese maldito protocolo. El ayuda de cámara
desenfundó un walkie talkie y dijo algo así como Defcon 4, el presidente se ha
vuelto loco. Entraron dos gorilas con gafas oscuras, a los que parecía les iban
a reventar las chaquetas por usar dos tallas menos. Me inmovilizaron asiéndome cada
uno de un brazo y a través de sus interfonos me pareció que solicitaban
instrucciones. A los pocos segundos surgió a través de la puerta un pitecantropus erectus vestido de militar
y lleno de galones, insignias y condecoraciones. Tenía pinta de no haber
acabado la enseñanza básica obligatoria y además bizqueaba. Señor presidente,
me dijo, al gobierno le gustaría que colaborase y no complicara más las cosas,
sé que se siente nervioso porque estamos al borde de la tercera guerra mundial,
pero su actitud no ayuda para nada. Tómese esta pastillita, si es tan amable.
La pastilla se la va a tomar tu puta madre, contesté. Entonces, no sé quién ni
cómo, me inyectó alguna droga, dejándome inconsciente en el acto.
Me volví a despertar, pero esta vez
iba en un avión, vestido con un traje oscuro y medio agilipollado. Como si me
hubiese soplado una botella de aguardiente. Casi todo me daba vueltas. Enfrente
tenía a un gafapasta sosteniendo una ristra de papeles. Tiene que leerse este
informe en solo veinte minutos, señor presidente. Mira, chico, ahora no tengo
el cuerpo para lecturas, cuéntamelo rápido y abreviando. El chaval
empezó diciendo no se qué de Chechenia, algo sobre Rusia y Afganistán y nombró
a Corea del Norte. Pero no me quedé con la copla de nada, la explicación fue
demasiado rápida y me encontraba muy aturdido. En su discurso, lo que usted
debe hacer es apoyar las acciones de nuestros aliados, ¿comprende? Y explicar
que Estados Unidos jamás firmará pactos de desarme con ninguna potencia
virtualmente peligrosa. Oye, chico, pareces espabilado, pero te han comido el
tarro, ¿no? ¿A qué se refiere, señor? Pues que, cojones, toda la gente en todas
partes quiere la paz y lo único que hacemos continuamente los políticos es tocarles
los huevos. En ese discurso lo único que voy a proponer es formar una mesa
mundial por la paz, a la que estarán invitados los aliados y los no aliados,
los potencialmente peligrosos y los realmente peligrosos, como nosotros. Voy a
proponer que el dineral que entre todos nos gastamos en defensa y armamento se
emplee en montar empresas decentes en países deprimidos, en llevar agua y
comida donde la necesitan y ¿por qué no? en intentar salvar este planeta de
toda la mierda que le estamos soltando. Pero señor, ¡no puede hacer eso! ¡Estará
traicionando a su país! ¡Pues que se joda mi país! Es lo que me apetece, eso y
volver a Argamasilla del Ebro con mi santa esposa. ¿Argamasilla? ¿Usted es de
Argamasilla del Ebro? ¿Conoce a la Felisa, de la familia de los Cariocos? ¿Pues
no la voy a conocer, desgraciao? ¡Si
es mi prima, recontraconjones! Soy José Sánchez, el mecánico. ¡Madre mía, qué
casualidad! ¡Si es usted mi tío Pepe! Algo aún recuerdo, que yo era muy chico
entonces. Pues yo soy Eustaquio, sobrino de la Felisa, el hijo de su hermano
Florencio. ¡Acabáramos, Eustaquín! Pues no hace años que tu padre se piró a
América… ¿Y qué cuernos haces tú aquí, asesorando al presidente? Pues mire, que
mi padre se hizo íntimo amigo de un concejal de Chicago, que a su vez es como
si fuera hermano del Presidente, y aquí que me enchufaron. ¡Qué suerte tienes, Eustaquín,
bandido! ¿Y usted qué hace aquí, con esa pinta y tan lejos del pueblo? Pues ¿qué
voy a hacer, hijo? Que estoy soñando y mira por donde me ha dado por imaginarme
que soy el presidente de los yanquis y me encuentro contigo en este avión tan
majo. ¡Hombre, pues haberlo dicho usted antes! Mire, tío, yo lo que no quiero
es amargarle el sueño, diga en la conferencia lo que se le antoje, faltaría
más. Aunque no le extrañe que cuando acabe la cumbre sea usted víctima de un
atentado, ya puede imaginar cómo se gastan aquí según qué cosas... Mira,
Eustaquín, que se lo tomen como quieran, tú ahora la boca cerrada para que no
entren moscas. Una vez que tengo la oportunidad de arreglar el mundo aunque sea
de mentiras, no la voy a desaprovechar. Pues mucha suerte tío, y si vuelve por
aquí alguna vez, no deje de visitarme. Y por favor, cuando esté de vuelta dé
recuerdos a la tía Felisa y al resto de la familia. Lo haré, muchacho, lo haré.
Oye, ahora a ver, ¿dónde están los servicios?, es que me estoy meando encima…
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