lunes, 3 de noviembre de 2014

Oklahoma



Querido mío:

Te echo de menos cada día que pasa. Los negros vaticinios se han cumplido. Aquellos que predijeron que nuestro idilio tenía los días contados, reirán ahora satisfechos. Has desaparecido de mi vida como por arte de magia, sin avisar, sin mostrar el más leve indicio de que lo harías.

Pero por más que intento olvidar esta relación, no puedo. Recuerdo bien cómo se forjó nuestra unión. Sucedió en China, desde donde todavía demasiado jóvenes y junto a una muchedumbre de camaradas, fuimos embarcados sin contemplaciones rumbo a Occidente.

Hasta que me abandonaste, la persona que nos acogió siempre nos trató decentemente. A cambio de un servicio poco laborioso, nos cuidó y procuró que permaneciésemos juntos el mayor tiempo posible, respetando nuestra intimidad al proporcionarnos un lugar oscuro donde compartir secretos y confidencias, donde amarnos en silencio.

Ahora, sin ti, me siento incompleto. Como si hubieses sido mi hermano siamés y después de dividirnos te hubieras quedado la parte más importante, más sensible, de nuestro corazón. Absorto por tu fuga, el dueño de nuestros cuerpos ha decidido relegarme a un espacio diferente, lúgubre y habitado solo por almas solitarias, donde imagino permaneceré en el olvido hasta que me encuentre otra pareja o decida, sencillamente, deshacerse de algo tan inútil y desclasificado como yo.

Soy consciente de la futilidad de estas tristes palabras, pero necesito reiterar que te extraño, declarar al mundo que -porque te amo- yo también quisiera viajar a Oklahoma, donde dicen que está el Edén de los Calcetines Desaparecidos.

Firmado: El de rombos amarillos y púrpura del pie izquierdo


domingo, 26 de octubre de 2014

Lluvia inesperada



Fotografía: Cerise Doucède


A la hora convenientemente anunciada por los medios, la población salió a las calles. Un importante destacamento de la flota aérea más potente del mundo iba a agasajarles con regalos. Pero sobrevino la sorpresa general cuando, en lugar de las necesarias cajas con alimentos y medicinas suspendidas de pequeños paracaídas, comenzaron a llover globos azules. El firmamento se ocultó detrás de enormes nubes de globos, que caían con lentitud sobre la totalidad del territorio. Y dentro de cada uno de ellos, lo que parecía un billete de dólar. Los receptores, a medida que atrapaban esas ligeras esferas, se apresuraban a reventarlas para guardar su contenido e intentar conseguir más. Ignoraban que a miles de kilómetros, los amos del universo se frotaban las manos sabiendo que podían dejar de preocuparse por el llamado “virus de la isla”; con una inversión ridícula acababan de inocular uno todavía más efectivo, que en cuestión de horas terminaría con la vida de todos aquellos apestados.


martes, 21 de octubre de 2014

Sobrevivir



Microphone - Paul Hudson  -  https://www.flickr.com/photos/pahudson/


En la residencia murmuran que estoy loco. Pero se equivocan, debieron ser las nuevas pastillas. Aquella tarde en el karaoke me sentía eufórico, más enérgico que nunca a pesar de mis ochenta y tres años. Por eso cuando Nati -una del coro- se desplomó muerta a mi lado, seguí cantando como un poseso “I will survive”.


miércoles, 15 de octubre de 2014

Lírica in extremis



Steampunk sax - Darkshines42 (http://darkshines42.deviantart.com/)

Siempre fue devota de las metáforas. Recuerdo claramente sus palabras antes de abandonarme: “Eres tan patético como un viejo saxo sin el músico capaz de sacarle alguna nota”


lunes, 13 de octubre de 2014

Cosas que no te enseñan en la escuela: Piratas



Fighting pirate - Knut Haberkant  https://500px.com/KHPhoto


Sucedió hace siglos, a varias millas de las costas holandesas. A bordo de la goleta británica Seacat, comandada por Walter Lizard. Este capitán siempre tuvo ganada fama de cobarde y pusilánime entre sus subordinados. De hecho, nadie supo nunca cómo pudo alcanzar los galones, pues cualquier marejadilla de tres al cuarto le producía náuseas y en lugar de beber ron, como los piratas que se precian, el higiénico del barco le administraba constantemente infusiones destinadas a reparar su tránsito intestinal. Cuando no permanecía indispuesto, en cuyo caso un oficial o contramaestre se hacían cargo de la navegación, el hombre se paseaba por cubierta  -arriba y abajo- con un loro llamado Oliver posado sobre su hombro izquierdo. El pajarraco disfrutaba retransmitiendo a los marineros las órdenes de su amo. Si, por ejemplo, Lizard decía “¡arriad las velas!”, el plumífero repetía “¡arriad las velas!” y los hombres se ponían a ello. Si proponía “¡ceñir por la amura de estribor!”, Oliver reiteraba las instrucciones y enseguida se cumplía lo ordenado. La tripulación se había acostumbrado tanto a la voz del loro, mucho más autoritaria que la del capitán, que hasta que el ave no emitía su propia advertencia no comenzaba a trastear con los aparejos.

Pues bien, según relatan las crónicas, en la mañana del 13 de Julio del año del Señor de 1689, John Spencer, vigía del Seacat, avistó en el Mar del Norte una fragata flamenca. El capitán, aterrado, dio la orden de desplegar velas y virar a sotavento en una maniobra tendente a huir, con fuerza de popa, de aquella amenazante nave, más voluminosa y dotada de un armamento mucho más poderoso. Pero el loro, descontento con el canguelo de Lizard, le sacó un ojo de un picotazo; tras volar brevemente y situarse en el puente de mando, gritó: “¡Izad las velas y virar a barlovento! ¡Artilleros, a los cañones! ¡Listos para el abordaje!”

Habría sido una victoria épica, y más tratándose de la primera y única incursión de la historia dirigida por un ave psitaciforme, si no hubiese sido porque en el vetusto y destartalado navío holandés solo viajaban ocho personas que se rindieron sin paliativos. Ocho hombres cuya misión era conducir el inútil barco mar adentro, para hundirlo en agua de nadie y regresar luego sobre una barcaza.

        Lo que poca gente sabe es que, tras difundirse entre los corsarios esta anécdota, la mayoría comenzó a lucir           –como hizo Walter Lizard el resto de su vida- un parche en el ojo izquierdo. No porque (como él) estuviesen tuertos, sino para prevenir posibles ataques de sus mascotas, con las que a partir de entonces se les veía cuchichear muy a menudo, tratando de consensuar las órdenes antes de impartirlas.