Querido
mío:
Te echo de
menos cada día que pasa. Los negros vaticinios se han cumplido. Aquellos que
predijeron que nuestro idilio tenía los días contados, reirán ahora
satisfechos. Has desaparecido de mi vida como por arte de magia, sin avisar,
sin mostrar el más leve indicio de que lo harías.
Pero por
más que intento olvidar esta relación, no puedo. Recuerdo bien cómo se forjó
nuestra unión. Sucedió en China, desde donde todavía demasiado jóvenes y junto
a una muchedumbre de camaradas, fuimos embarcados sin contemplaciones rumbo a
Occidente.
Hasta que
me abandonaste, la persona que nos acogió siempre nos trató decentemente. A
cambio de un servicio poco laborioso, nos cuidó y procuró que permaneciésemos
juntos el mayor tiempo posible, respetando nuestra intimidad al proporcionarnos
un lugar oscuro donde compartir secretos y confidencias, donde amarnos en
silencio.
Ahora, sin
ti, me siento incompleto. Como si hubieses sido mi hermano siamés y después de
dividirnos te hubieras quedado la parte más importante, más sensible, de
nuestro corazón. Absorto por tu fuga, el dueño de nuestros cuerpos ha decidido
relegarme a un espacio diferente, lúgubre y habitado solo por almas solitarias,
donde imagino permaneceré en el olvido hasta que me encuentre otra pareja o
decida, sencillamente, deshacerse de algo tan inútil y desclasificado como yo.
Soy
consciente de la futilidad de estas tristes palabras, pero necesito reiterar que
te extraño, declarar al mundo que -porque te amo- yo también quisiera viajar a
Oklahoma, donde dicen que está el Edén de los Calcetines Desaparecidos.
Firmado: El
de rombos amarillos y púrpura del pie izquierdo