Condujo
silencioso durante todo el viaje. Me desperté cuando se detuvo en medio de un
extraño páramo. Abrió y con una voz desagradable, muy distinta a la que
utilizaba cuando me conoció, ordenó que bajase. Pero no me importó; mientras
obedecía le dediqué, como siempre, mi mejor semblante. A continuación subió de
nuevo al coche y sin decir una palabra arrancó, dejándome allí, ladrando
desconsoladamente.
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