Quiso imaginar
que por fin hoy Antonia se enrollaría, se lo debía después de aquellos meses de
abstinencia obligada por sus sucesivas dolencias. Que si un lumbago, que si una
otitis, que si una migraña recurrente… El caso es que Felipe estaba a dos velas desde que regresaron de la
playa al finalizar el verano.
Desbocado,
acudían a menudo a su mente las apasionadas escenas de Nueve semanas y media. Aquella de Basinger tras una persiana veneciana
protagonizando un sugerente striptease a contraluz al son del excepcional You can keep your hat on de Joe Cocker,
o esa otra en la que la pareja hace el amor desenfrenadamente en las escaleras
del metro mientras diluvia sobre sus cuerpos. Pero su preferida, la que
intentaría rememorar esa noche después de calentar motores con una peli porno
que había alquilado en el video-club: la de Rourke lamiendo a una Kim tumbada
en el suelo de la cocina, después de untarla con miel y fresas. Cierto es que
solo disponía de ciruelas pasas y leche condensada, pero siempre opinó que el
fin justifica los medios.
De
repente, una voz proveniente del salón interrumpió su ensimismamiento:
-
¡Felipe, que la tele se ha escoñao!
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