Apenas
unas horas después de que el oncólogo le condenase a vivir contra reloj durante
dos semanas, a X le tocó el mayor premio que la lotería había adjudicado nunca.
Sin familia ni amigos y enfermo de muerte, X sintió que el destino no solo se
descojonaba de él, sino que había metido el dedo en su alma y lo retorcía ahora
con sádica saña.
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