Paul fuma tendido en la cama,
mirando fijamente la telaraña que cuelga de la lámpara de techo de su
habitación. Sostiene una nota en su mano, la que le entregó el sudoroso
conserje del sórdido hotel de la miserable ciudad donde se encuentra. Esa nota
contiene la única respuesta que no esperaba: “Paul, déjame en paz, olvídame, no quiero volver a verte nunca más”.
Paul sigue mirando la telaraña y empieza
a envidiar al insecto que la habita. Si él hubiese dispuesto de una red tan perfecta
como ésa, Sandra nunca podría haber escapado y él no habría iniciado aquel
inútil éxodo tras ella. Luego comprende que cada ser humano es libre de elegir
y que, por mucho que la ame, Sandra no le aceptará jamás. Es hora de barajar de
nuevo los naipes de la vida, tal vez en la siguiente mano haya más suerte.
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