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jueves, 11 de abril de 2013

Aunque me cueste la vida




Lo voy a hacer, estoy decidido. Siento que es necesario, que el porvenir de mis hijos, de nuestros hijos, depende de ello. Aunque me cueste la vida, que doy por perdida. En el pasado, acontecimientos semejantes permitieron dar un vuelco a la historia, despertando conciencias y rindiendo ideologías.

Primero nos robaron los ahorros, empobreciéndonos intencionadamente mientras cercenaban poco a poco todos y cada uno de nuestros derechos, incluso el de la libre expresión. Después suprimieron cualquier atisbo de democracia y participación ciudadana, encarcelando o haciendo desaparecer a los disidentes, restringiendo y manipulando la información. Más tarde restablecieron arcaicas disposiciones racistas, prohibieron y quemaron libros “malditos” y finalmente legalizaron la esclavitud. Falsificaron nuestra historia para que las nuevas generaciones crean y acepten que ese movimiento, al que bautizaron como La Gran Catarsis, fue una bendición para esta sociedad. Una sociedad de borregos miedosos y pusilánimes, adictos a lamentarse en las tertulias de estos nauseabundos gobernantes, pero incapaces de mover un solo dedo para revertir la situación, para liquidar un asqueroso poder que nos tiene cogidos de los huevos y los estruja sin misericordia.

Esta noche, durante el Banquete Anual del Glorioso Sometimiento, cuando tenga que servir al Tercer Conductor de la Gran Catarsis, le voy a cortar el pescuezo. Lo voy a hacer, estoy decidido. Siento que es necesario. Aunque me cueste la vida, aunque esta sociedad sea una puñetera mierda.



martes, 9 de abril de 2013

El mensaje de Sam Baker




Si dispusiéramos de un módulo descifrador de chips biológicos y lo acercásemos al omóplato izquierdo de la persona que ahora mira su reflejo en el espejo y se acaricia el mentón, tendríamos íntegro acceso a su dossier vital. Como no es el caso, referiré que ese varón blanco caucásico de complexión atlética se llama Samuel ‘Sam’ Baker, nacido hace cuarenta y seis años, tres meses y dieciocho días en Valentineville, distrito de Crystal, en la Ínsula de Lava. Le restan pues, exactamente, tres años, ocho meses y trece días para su EP o Evasión Programada. Además de conocer su historial médico, secuencia completa de ADN propia y de sus progenitores, expediente académico desde su infancia, situación financiero-patrimonial y otra serie de minuciosa información personal, podríamos haber sabido que Baker es heterosexual, no tiene descendientes, nunca ha estado adscrito a cualquier GPAAC o Grupo Político Autorizado de Acción Civil ni a ninguna Iglesia mono o politeísta, que desde abril de 2138 opera como Técnico de Manipulación de la Razón en el SECC (Servicio Estatal de Comunicación Comunitaria) y que su tercera y última compañera, Gladys Lukumi, de treinta y dos años, lo abandonó hace siete meses y veintiún días después de cinco años de relación y un aborto espontáneo.

Si bien todos estos superfluos datos no ayudan a comprender lo que el hombre piensa y se dispone a hacer seguidamente, permiten sin embargo ilustrar al sujeto y algunas de sus circunstancias.

Sam Baker aleja el rostro del espejo y tras cubrir su desnudo torso con una camiseta blanca, apaga la luz y sale del baño. Con una viejísima balada de Ben Webster como música de fondo se dirige al monitor de actividades estratégicas. Esta vez no desea visionar una película, disfrutar de un partido ni competir en ningún video-juego. Se coloca las gafas y tras pulsar la opción “Contacto institucional” selecciona “Reclamación administrativa”. El monitor exige en ese momento reconocimiento de iris y Sam se somete con éxito a la validación. Como en las demás, en la tercera página del menú de reclamaciones aparecen diversas alternativas y él escoge “Transgresión de derechos humanos”; el sistema emite una lacónica respuesta: “Perfil de usuario no compatible” y muestra dos  posibilidades. “ACEPTAR ó REINTENTAR”. Sam presiona la última opción, parece convencido de lo que hace. El ordenador, esta vez, responde: “Usuario no comprometido. Acceso denegado. ACEPTAR ó REINTENTAR”. Eso significa, y él lo sabe, que la red rechaza otra vez su solicitud por no ser miembro numerario del partido que desde hace más de 100 años detenta el poder en el Continente y que un nuevo intento solo ocasionará el envío a su domicilio de una Unidad Patriótica de Defensa (UPD) que lo detendrá y encarcelará en un Cuartel de Prevención, a la espera de un duro interrogatorio de insospechadas consecuencias.

La UPD tarda apenas tres minutos en llegar a la puerta de la vivienda de Baker, situada en una zona residencial del extrarradio urbano. Dos hombres armados lo conducen esposado hasta el interior del furgoláser. Durante el trayecto hacia el Cuartel se detienen en un Control de Seguridad y Sam percibe a través de la ventanilla blindada que el vehículo oficial de un Ministro del Gobierno ha parado justo al lado. Entonces el prisionero, hasta entonces ciudadano número 40.567.988 del Continente Gris, yuxtapone las yemas de sus meñiques y el artefacto en forma de cápsula que ha fabricado siguiendo las instrucciones de un libro secreto, salvado hace ochenta años por su abuelo de los bomberos de la Brigada 451, revienta sus intestinos y todo lo existente en doscientos metros a la redonda.

El Departamento en el que trabajaba se ocupará de que ningún medio divulgue un suceso que nunca ha ocurrido; el mensaje de Sam Baker jamás será enviado.


sábado, 6 de abril de 2013

El Blues del perro pastor




El rebaño contempló alucinado al chucho cuando éste, indignado por la brutalidad con que el amo sometía a sus animales, les propuso huir juntos antes del amanecer, mientras aquél dormía en un risco cercano. Pero los corderos, faltos de criterio e ignorantes de su trágico futuro, acabaron dándose la vuelta para continuar masticando la hierba fresca.


viernes, 5 de abril de 2013

Las ratas




El flautista, contratado por el pueblo para limpiar de ratas el país, comenzó a hacer sonar su instrumento. De repente, las calles se inundaron de diputados, senadores, consejeros, ministros, familias reales, alcaldes, secretarios, vicesecretarios, directores generales, presidentes de aquí y vicepresidentes de allí, delegados de esto y de lo otro, asesores, sindicalistas podridos y demás roedores del dinero público. El mágico intérprete guió a estas decenas de miles de parásitos ineptos hasta la boca de un activo volcán, en el que se fueron lanzando de manera autómata.

Cuando regresó para cobrar la correspondiente factura, como la crisis ya había terminado, los ciudadanos, agradecidos, obsequiaron al flautista con un plus de productividad. Y todos fueron felices y comieron perdices.

Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.


viernes, 15 de marzo de 2013

Semillas envenenadas





Cuando el pequeño Hamid, de doce años, llegó de la escuela y vio su casa destruida y a su madre y hermanita muertas por un misil israelí, prorrumpió en un inconsolable llanto al tiempo que pensaba que ojalá los malditos nazis no hubieran dejado un maldito judío vivo sobre la faz de la tierra. Acababa de quedar sembrado en un niño más el germen del odio eterno.


jueves, 14 de marzo de 2013

Cuestión de corbatas





El Presidente de aquella potencia extranjera se quitó la chaqueta, desanudó su corbata y se desprendió de ella, mostrándose descamisado, en el transcurso de una relevante cumbre internacional televisada en directo. Acababa de lanzar al mundo el mensaje subliminal de que no es necesario vestir dicha prenda para seguir fingiendo, con éxito, ser una persona seria e íntegra. Que sin corbata, incluso se simula y se embauca mucho mejor. Acto seguido, muchos de sus homólogos en países aliados o satélites imitaron la acción del gran innovador, del indiscutible líder de las nuevas tendencias. Desde entonces se impuso, entre personajes (públicos o privados) corruptos, deshonestos y farsantes, la moda de prescindir de un inútil complemento cuya utilización, entre ellos y hasta poco antes, era incuestionable. Esa estrategia les permitía camuflarse más fácilmente entre la gente honrada.

A raíz de todo eso mi opinión mudó radicalmente; ahora he empezado a respetar más a los encorbatados y me atrevería a decir que según cómo y según cuándo, hasta podría confiar en algunos de ellos.


martes, 12 de marzo de 2013

El príncipe valiente




A la muerte de su padre, el heredero abdicó de la Corona y rindió su trono a una nueva República, promoviendo la redacción de otra Constitución, moderna, justa y democrática, que nacería del pueblo y para el pueblo y no de unos charlatanes tramposos y despreciables para provecho de los de su ralea. Algunos ciudadanos tildaron al sucesor de indigno, pusilánime, traidor... Pero otros, la inmensa mayoría, le consagraron un héroe.

Lo que nadie llegó a saber nunca es que, con esta decisión, el Príncipe cumplía el juramento que años atrás le arrancó una plebeya a cambio de la aceptación de su propuesta matrimonial.

Ahora cierra los ojos e imagina que lo que acabas de leer no es un cuento. ¿Lo ves? Me debes una sonrisa.


Puedo prometer...



Como político y demagogo, Telesforo Ruin Sabandija no tenía parangón: consiguió convencer a la mayoría de los votantes de que, si lo elegían, nacionalizaría el Infierno y, tras sofocar sus llamas, construiría sobre él millones de viviendas baratas. El problema surgió cuando los jueces dictaminaron a favor de los derechos de inquilinato de Lucifer, y todo quedó en agua de borrajas. Innecesario es comentar que, pese a incumplir sus promesas, Telesforo jamás presentó su renuncia al cargo. Actualmente es Vicepresidente Primero y Consejero Delegado del holding AVERNO CORPORATION.



lunes, 11 de marzo de 2013

Disidencia letal




-No me gusta nada este futuro, declaró amargamente el optimista. A continuación apretó el gatillo y se voló la tapa de los sesos.


Salvadores




Primero vinieron a visitarme los salvadores de patrias. Antes de que pudieran abrir la boca les dejé cristalinamente claro que yo tengo tres: el Mundo, el Fútbol Club Barcelona y mi familia. En cuanto al Mundo, les comenté, es evidente que no hay quien lo salve y si existiese ese superhéroe ya se encargarían los poderes fácticos de eliminarlo por la vía rápida. Respecto al Barça no necesita salvación, es precisamente ese equipo el que cada semana nos conmuta la pena del aburrimiento a los aficionados al balompié. Y por lo que atañe a la familia, que es mi única patria verdadera, nos vamos apañando, gracias. Estos vendedores de banderas y donantes de conflictos se miraron entre perplejos y contritos, me ofrecieron un panfletillo (que terminó en el cubo de la basura) y se largaron con viento fresco.

Luego aparecieron los salvadores de almas. Inmediatamente les rogué, en su calidad de especialistas, ayuda urgente para encontrar a la mía, que me había abandonado el miércoles de la semana anterior llevándose una maleta repleta de amores, odios, rencores, frustraciones, anhelos… Precisaba recuperar mi espíritu y todos sus sentimientos, pues ahora solo era un vagabundo sin memoria y con la mente plana. Pero no debían ser unos especialistas demasiado competentes, el único paliativo que me ofrecieron fue la tarjeta de su puñetera cofradía con un número de teléfono en el que aseguraban recibiría la asistencia anímica necesaria (tarjeta que por supuesto también acabó en la basura). Como vendedores de humo que eran, se desvanecieron silenciosamente.

Al cabo llegaron los salvadores de los salvadores. Me cayeron simpáticos desde el principio y les invité a pasar. Después de unos tragos no tuvieron reparos en confesar que ellos tampoco salvan a nadie de nada, pero que disfrutan esparciendo su mensaje de la trascendencia del individualismo, de la imprescindible deserción del rebaño, de la relevancia y significación de la diversidad y del formidable peligro del pensamiento único. ¡Estos sí eran buenos vendedores! Tan buenos eran que les compré su máquina de elaborar ideas, me arremangué y me puse a escribir este cuento.


Vuelve el héroe




Aparcó el Cadillac junto a la acera. Atravesó la verja del jardín y se cuadró frente a la bandera que ondeaba en la fachada de su preciosa casa, a la que entró silbando la melodía del himno nacional. Abrazó a su mujer, besó a sus hijos y acarició al perro. El experto y reputado lanzador de bombas de racimo regresaba de una exitosa misión; había cosechado unos centenares de míseras vidas en un rincón perdido de Oriente Medio y el Gobierno le había recompensado con un ascenso y la brillante medalla que lucía orgullosamente en su pecho, junto a diversos galones y condecoraciones. Se desabrochó la guerrera y tras untarse una rebanada de pan con manteca de cacahuete, abrió el refrigerador y destapó una cerveza. Se sentó en el sofá frente al televisor y cambió el canal. Estaban jugando los Lakers e iban perdiendo, pero en ese momento Gasol entró en la cancha y las cosas empezaron a cambiar. Repentinamente se suspendió la emisión y un locutor anunció que el vice-secretario de la Embajada americana en Kuwait acababa de morir en un atentado suicida. El militar se levantó vociferando: “¡Malditos cabrones!”


domingo, 10 de marzo de 2013

Llamémosle Pérez



Es un mendigo más, un vagabundo más, otro indigente cualquiera. Es una persona muy mayor, que arrastra su patrimonio por las calles de la ciudad empacado en una desvencijada maleta de ruedas. He visto muchas veces a ese transeúnte habitual por los barrios del centro y siempre he estado tentado de hablarle. Hoy, ese prójimo ha aceptado charlar conmigo cuando le he ofrecido un bocadillo y un cartón de vino barato.

El señor Pérez, llamémosle así, me ha contado que nació en la aldea de un remoto y frío lugar de la meseta, un lugar sin pasado, sin presente y, por supuesto, sin futuro. Sus padres explotaban (espero que los  verdaderos explotadores no se enojen si utilizo ese vocablo) una pequeña granja de animales; no vivían, simplemente sobrevivían y a muy durísimas penas. Pérez solo pudo asistir unos pocos años a la escuela, en la que, además de los números y las letras, le inculcaron una rudimentaria educación religiosa. Pero el señor Pérez me asegura que si hubiese un Dios y ese Dios fuese justo, no podría haber pronunciado esa frase que le atribuyen, más propia del presidente de la patronal, esa que dice “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Porque, argumenta, hay mucha gente que acapara demasiado pan, más del que nunca podrá consumir, sin haber transpirado una puñetera gota en su regalada vida, gente que se sabe aprovechar, ¡y cómo!, de las transpiraciones ajenas. Al propio tiempo existen cientos de millones de personas que, por más que suden y se esfuercen, incluso por mucho que recen, jamás alcanzarán a obtener una insignificante y dura migaja. Según Pérez, si hubiese un Dios y ese Dios fuese justo, premiaría a los buenos y castigaría a los malos precisamente en esta vida, no en la hipotética que ha (o no) de venir. Y dice que eso es lo que todos los poderosos desean que los pueblos crean: que cuanto más suframos ahora, cuanto más dolor nos dejemos infligir, más ración de gloria nos tocará después de muertos.

A raíz de la inesperada muerte de su padre, Pérez abandonó el colegio. Su madre, muy enferma, necesitaba ayuda y él era el único hijo del matrimonio, el gran heredero de la ingente miseria familiar. Se afanó lo indecible en sustituir el trabajo de su progenitor mientras vivió su madre,  apenas unos años más. Después, decidió vender los pocos animales que le quedaban y emigró a la gran ciudad.

Si bien ese hombre, al que denominamos Pérez, reconoce que es un ignorante en cuestiones políticas, lo cual interpreta como una bendición, también afirma que nunca le ha gustado el sistema y que al sistema nunca le ha gustado él. Me ha comentado que, cuando llegó a la capital, se empleó en el comercio de un tío suyo como recadero y asistente, pero, tras una década de solemne fidelidad a cambio de exigua comida e incómodo catre en un recóndito rincón de la trastienda, a la muerte del viejo sus primos le dieron boleta.

El sinsabor del abuso y la injusticia hizo mella en el joven Pérez, que juró por su vida no volver a trabajar para nadie más. Si sus propios familiares le habían tratado peor que a un perro, odiaba imaginar qué tipo de consideraciones tendría contra él cualquier desconocido.

Con los pocos ahorros que guardaba inició una serie de pequeños trapicheos, comprando y revendiendo artículos usados y baratijas con ganancias raquíticas, ínfimas, despreciables. Hasta que hace unos años las autoridades empezaron a perseguir el mercadeo ambulante ilegal (o sea, el que no pasa por la santa Caja Municipal y por ello carece del sagrado Permiso Administrativo urbi et orbi con sus doce timbres y siete autorizaciones), Pérez fue un popular buhonero, asiduo de los rastros itinerantes y del cambalache encubierto. Igual te vendía una radio estropeada que un vetusto disco de Eydie Gorme y Los Panchos o un grifo de segunda mano para el lavabo o el bidet. Aunque malvivía, se sentía libre y, sobre todo, dichoso por no permitir que nadie se lucrara a su costa. Pero cuando la policía empezó a empapelar a los vendedores furtivos como él, que tantos y tan graves perjuicios ocasionan a la balanza de pagos nacional, tuvo que abandonar la actividad y su vida se vino abajo.

Desde entonces, el ser humano al que llamamos Pérez carga a todas partes con su artrosis y su maleta llena de recuerdos y trastos, viviendo de la caridad. Sostiene que los que más comparten son los que disponen de menos medios, que hay personas maravillosas en el flanco oscuro de la sociedad, en ese lado menos cool, que solo aparece en la sección de sucesos de los noticieros y jamás en los glamourosos reality-shows. El inframundo de los desamparados, los solitarios y los olvidados. El gran ejército de los condenados, que ojalá en la otra vida (si existe y porque en ésta es ya imposible) alcancen el pedazo de gloria que alguien, algún día y por interesados motivos, les prometió.


Malditos recortes



Nadie hubiera sospechado que aquel hombre de mediana edad, bien rasurado y correctamente vestido que paseaba por el interior de El Corte Inglés curioseando vitrinas de joyas, estuviese tramando la comisión de un delito. Mientras la sonriente dependienta le mostraba un valioso anillo de diamantes, que según dijo quería obsequiar a su novia como regalo de pedida, lo cogió, lo introdujo en su bolsillo y salió a toda leche, quebrando ágil y velozmente cual Messi cuarentón al grueso custodio que intentó capturarle. Una vez franqueada la salida se detuvo y esperó en el exterior, con las manos en la nuca, a los vigilantes que habían iniciado su persecución cuando se activaron las alarmas. El ladrón les solicitó muy educadamente que llamasen a la Policía, pues quería que le sometieran a un juicio rápido y le enchironasen; estaba ya dos años en el paro, no encontraba empleo y le habían desalojado por impago del piso que tenía alquilado. Prefería ir a la cárcel, donde al menos dispondría de alojamiento gratis y comería de caliente. Se trataba, en definitiva, de que la sociedad y sus representantes le devolvieran lo que le habían quitado, directa o indirectamente.

Lo que no sabía el pobre desgraciado, porque no estaba al día de las últimas noticias, es que ya no había Policía, ni Juzgados, ni Prisiones. El Gobierno había suprimido todos esos servicios, por deficitarios. Tendría pues que conformarse con una buena paliza.


viernes, 8 de marzo de 2013

Yes, we can



Nuestro corresponsal nos informa de un suceso realmente insólito, acontecido en el transcurso de la partida decisiva del Campeonato Mundial de Ajedrez. En un momento determinado del match, uno de los peones negros se negó a defender a su Rey ante el inesperado ataque de un alfil enemigo, declarándose insumiso y alegando inquebrantable lealtad a la causa republicana. Tanto los jugadores implicados como los jueces internacionales intentaron por todos los medios doblegar la voluntad del peón, sin ningún éxito. La persistente actitud de esta minúscula pieza de movimientos limitados exaltó el ánimo de sus semejantes que, sin distinción de color y unidos por un nuevo ideal, acabaron por proclamar la exigencia de más y mayores derechos para los suyos, así como el reconocimiento de la dignidad del peón en el marco de un nuevo ordenamiento ajedrecístico universal. La final del Campeonato se ha visto suspendida sine die y se anuncia que no se reanudará, en tanto no se produzcan avances sustanciales en las negociaciones o se resuelva definitivamente el conflicto planteado.