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lunes, 22 de abril de 2013

Recuerde su nombre




-Herminio Ramírez, recuerde su nombre. Es el hombre que me mató. Impida que le ponga una mano encima.

El anciano me había susurrado eso al oído mientras permanecía sobre una camilla en los servicios de urgencia del hospital, esperando resultados de las pruebas que me habían realizado ante un probable ataque de apendicitis.

Observé que el hombre entraba y salía libremente de los distintos boxes, vestido con un pijama celeste y ayudándose de un bastón. Los sanitarios no le prestaban ninguna atención, pasaban a su lado ignorándolo como si formase parte del decorado de esa unidad médica.

-Hemos comprobado que efectivamente se trata de una inflamación del apéndice vermicular. Hay que operarle de inmediato, me dijo el doctor que me estaba atendiendo. No debe preocuparse, el compañero que practicará la intervención es estupendo. No le quedará la menor cicatriz

-¿Cómo se llama ese cirujano?, inquirí.

-Fernando Rosales, es catedrático en la universidad. Le repito que es un excelente profesional. Puede usted estar tranquilo. Comenzaremos en veinte minutos.

-De acuerdo, asentí, mientras contenía un espantoso dolor abdominal y rezaba para que los minutos transcurriesen volando.

Después de rasurarme y untar la zona afectada con un yodo amarillento, los enfermeros me trasladaron al quirófano. Una vez allí, un tipo enfundado en un burka verde, con ojos inquietos, se dirigió respetuosamente al jefe del equipo:

-Rosales, estamos listos. Cuando quieras.

-OK, Herminio, puedes empezar con la sedación del paciente.


viernes, 19 de abril de 2013

Un espíritu rebelde




Ha tenido multitud de nombres pero carece de uno concreto. Los milenarios maestros re-encarnadores saben de su incontenible propensión a morir pronto para nacer inmediatamente en el cuerpo de un nuevo prójimo. Aunque esos veteranos artesanos del reciclaje han probado a enviarlo atrás y adelante en el tiempo, el colega no tiene remedio. Es un alma inquieta, un culo de mal asiento, un picaflor, como diría un amigo mío. Desconocen si es que se ha enviciado hasta la adicción con la placentera sensación de la muerte o si lo que desea es establecer un récord inalcanzable, probar constantemente inéditas emociones o no perderse ni un ápice de lo que aconteció, acontece y acontecerá en el mundo material. Siempre crece rápido y muere joven; en sus planes no entra para nada madurar, envejecer y expirar en la cama de un frío hospital. Es un espíritu rebelde que cuando vive lo hace a tope, contrayendo los máximos riesgos, caminando de puntillas y sin red sobre el delgado alambre de la autodestrucción. Un alambre que invariablemente se acaba rompiendo. Y entonces el espíritu, otra vez, renace.


jueves, 18 de abril de 2013

El tío Ceba




Enjuto, alto y calvo, con un amable rostro, su piel está más que tostada por el sol mediterráneo. Sigue vistiendo a la vieja costumbre de la huerta, con blusón, faja y alpargatas de careta. Sus amigos dicen que hace las mejores paellas a leña de los alrededores y alaban sus habilidades en el truc y el dominó, que gusta jugar a diario en el Bar de la Sociedad Musical. Su nombre es Ramón Casanova, pero casi todos le llaman Ramonet o Tío “Ceba”. Tiene setenta y cinco años y es de los últimos labradores de Benimaclet, un popular y entrañable barrio al norte de Valencia, arrabal de origen musulmán y municipio independiente hasta finales del siglo XIX, cuando la capital lo engulló con sus administrativas fauces.

El sobrenombre de “Ceba” (pronunciado seba, cebolla en lengua valenciana) es por el que siempre se ha conocido a la familia Casanova en el pueblo. De pequeño era “Cebateta”, hijo de “Cebeta” y nieto del Tío “Ceba”. A fuerza y medida de los inevitables mutis generacionales, Ramonet fue ascendiendo en la escala onomástica. Hace muchos años a su abuelo, que en algún momento llegó a ser teniente-alcalde pedáneo, el cura de Benimaclet le aseguró que en los libros parroquiales más antiguos, datados en los años 1600, ya había anotaciones de bodas, bautizos y entierros de sus antepasados.

La historia familiar cuenta que, como él, todos sus ascendientes por línea paterna nacieron y vivieron en la misma alquería que hasta ahora sigue habitando y cuidando: una barraca humilde, a cuyo lado continúa creciendo un monumental olivo milenario, rodeada por una amplia huerta que es también de su propiedad.

Ramonet Casanova contrajo nupcias a principio de los sesenta con Amparito Forment “Pollereta” (pollerita), apodada así por ser hija de un criador de aves local. En los primeros años de matrimonio Amparito sufrió una grave afección que la condenó a una esterilidad permanente. Desde que la “Pollereta” muriese, hace ya diez años, el perrillo Miliki es  la única compañía de Ramón Casanova, último eslabón de la dinastía “Ceba” de Benimaclet.

Ramonet, además de con las paellas, el truc y el dominó, siempre ha disfrutado dedicándose en cuerpo y alma a sus fértiles tierras, admiración de los agricultores vecinos. Pero también  ha sufrido la creciente amenaza del urbanismo devorador, que acerca cada vez más los descomunales edificios y las amplias avenidas a su paraíso particular. En plena burbuja inmobiliaria declinó reiteradas y sensacionales ofertas por su propiedad. Presumidos y prepotentes constructores, adictos a los habanos y los descapotables, más que bien relacionados con el consistorio público, le presionaron durante meses hasta acabar todos convencidos de que el viejo “Ceba” está completamente majareta. Aquellos mercaderes del ladrillo, convencidos de que todo en esta vida, incluso los principios, se puede comprar o vender, por más empeño que pongan jamás comprenderán que para ese hombre sin responsabilidades familiares, su patrimonio, lo único que le hace feliz y da sentido a su vida, tiene el máximo valor pero ningún precio.

Pero hace unas semanas Don Ramón Casanova Seguí recibió una notificación oficial a tenor de la cual su parcela y el contenido de la misma quedaban expropiados con la finalidad de construir otro Centro Comercial, uno más. Se le advertía también que la acequia que suministra el agua a sus campos quedará cegada hoy viernes a las ocho de la mañana y que en determinada fecha del mes próximo habrá de franquear la entrada a las primeras máquinas excavadoras.

Son las siete y empieza a clarear. Portando un fardo en una mano y una caja de fruta en la otra, el Tío “Ceba” sale de la barraca y se dirige al olivo, a cuyos pies hay excavado un pequeño foso. En él deposita el bulto, o lo que es lo mismo, los restos de Miliki, al que acaba de degollar sin poder contener las lágrimas. Cubre y alisa la superficie de la pequeña tumba con unos puñados de tierra y del cajón extrae una soga que lanza al aire y hace pasar a través de una gruesa rama. Se sube al cajón y anuda firmemente la cuerda en su cuello. Después, al tiempo que deja caer la base le propina una patada, alejándola unos metros. El cuerpo se balancea durante unos instantes y luego ya solo se oyen los cantos de los pájaros.

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P.S. Lo que ya nunca sabrá el bueno de Ramonet es que el pueblo se movilizó en masa tras su muerte para detener aquellas obras. Los tribunales reconocieron que el olivo milenario no se debía cortar, arrancar ni trasplantar, sino antes bien conservarlo siempre cuidado, en el mismo emplazamiento. Ahora, en la antigua alquería se levanta el Parque del Tío “Ceba”, con una estatua del hombre y su perro a la sombra del viejo árbol.


martes, 16 de abril de 2013

Un silencio




Una noche lluviosa.

Una ciudad.

Una calle estrecha, oscura y solitaria.

Un bar con un rótulo de neón.

Un individuo apoyado en la barra, con un vaso de licor en su mano.

Una desconocida que franquea el umbral.

Un cruce de miradas.

Una invitación.

Una charla insustancial.

Unas risas.

Un silencio.

Un cruce de miradas.

Un guiño.

Un susurro al oído.

Un coche que arranca, iluminando el asfalto mojado.

Un semáforo en rojo.

Un cruce de miradas.

Una caricia.

Un beso.

Un silencio.

Una puñalada.

Una puerta que se abre.

Un cuerpo que cae en medio de una calle estrecha, oscura y solitaria.

Un coche que arranca, iluminando el asfalto mojado, y desaparece en una ciudad en una noche lluviosa.

Un silencio.


miércoles, 10 de abril de 2013

Sentada en el suelo junto a la lavadora




En un rincón de la cocina, sentada en el suelo junto a la lavadora, la mujer llora silenciosamente. Mientras, frente a ella, los pétreos ojos del cadáver de un criminal no dejan de apuntar a su cara. Es la última tortura. Su querido hijo dictaminó y ejecutó la sentencia del caso que los tribunales habían decidido rechazar. El juez, por fin, fue juzgado y condenado.


martes, 9 de abril de 2013

Manuel, que fotografía nubes




Vive un viejo en mi pueblo que se llama Manuel y fotografía nubes. Hace años sus hijos le regalaron una cámara y cada mañana, cada tarde, lo ves pasear por caminos y sendas recogiendo el testimonio de esas lindas masas de sutil algodón. Hay quienes sostienen que en ocasiones también le han oído gritar al firmamento.

Para Manuel un cielo raso o completamente encapotado representa una maldición. Asimismo le disgusta el viento, que aleja tan deprisa a sus vaporosos modelos. En casa tiene paredes repletas de sus imágenes preferidas, que son decenas. Cuando le preguntan el por qué de su afición, responde que cada nube lleva dentro el alma de alguien. Entonces, señalando algunas de las fotos enmarcadas, comenta: “Mira, en este sencillo cúmulo reconozco a mi madre, en la parte izquierda de aquel estrato se ve el perfil de mi tío Agustín, en ese nimbo viaja mi mujer, que me está diciendo adiós, estos preciosos cirros transportan a mis abuelos…”

La gente del pueblo murmura que sufre demencia senil, aunque yo estoy convencido de que es precisamente el envejecimiento lo que le ha dotado de una sensibilidad especial, de un enigmático pero valioso don. Manuel me ha prestado un libro y me ha prometido que cuando sepa distinguir las diversas clases de nubes me explicará cómo reconocer en ellas a mis familiares y amigos. Estoy deseándolo, para encontrar a Marta y gritarle lo que jamás me atreví a confesarle en vida, gritarle con todas mis fuerzas que la amo.


lunes, 8 de abril de 2013

La guadaña y la flor




La vieja de la guadaña se presentó en mi casa y se desprendió de su macabro disfraz. Apareció entonces una muchacha preciosa que me ofreció gentilmente una bella flor negra. Dulce manera de invitarme al sueño eterno.


domingo, 7 de abril de 2013

La risa puede ser peligrosa




Este gordo ocupa mucho lugar. No sé qué voy a hacer con su cadáver. Ni siquiera sé si podré moverlo. Comprendo que me precipité al dispararle, pero sin embargo no me arrepiento de ello. Esa inmunda bola de sebo estaba trompa, vomitó sobre mis Ferragamo y luego comenzó a burlarse. Creo que fue precisamente su risa histérica la que hizo que algunos cables se cruzasen en el interior de mi cabeza;  me recordó a mi padre cuando era niña y, después de revisar mis calificaciones escolares, se tronchaba a carcajadas para terminar diciendo: “nunca llegarás a nada, querida”.


Despedidas



Al cierre de cada jornada en la oficina, Arturo se despedía siempre con la expresión “Un día menos de vida, compañeros. Hasta mañana”. Sus colegas nunca dejaban de sonreír, pues la declaración era regularmente acompañada de distinto tono según el día que fuese; no era igual la inflexión utilizada los lunes que la modulación de los jueves y así ocurría también los días intermedios y los viernes, cuando la despedida era “Una semana menos de vida, amigos. Hasta la semana que viene”. Al coincidir con final de mes, la primera parte de su adiós se modificaba por “Un mes menos de vida” y la entonación sonaba de lo más lúgubre. Los fines de año Arturo obsequiaba a los colegas con un minúsculo espectáculo, consistente en maquillar ligeramente su rostro con polvos de talco, tumbarse en el suelo con los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre su pecho y, tras tararear las primeras notas de la Marcha Fúnebre de Chopin, declamar con voz de ultratumba: “Un año menos de vida, camaradas. Hasta la muerte que viene”.

Una tarde de invierno el pobre Arturo se despidió silenciosa y definitivamente a causa de un derrame cerebral, acaecido mientras despachaba con su jefe. En la oficina siempre será recordado como un tipo simpático y optimista.


sábado, 6 de abril de 2013

Muertes justificadas




Son las dos de la mañana en Albuquerque. Un hombre de mediana edad…

-Perdona, me revientan los literatos como tú, que evitan nombrar a sus personajes, que los tratan de “un joven”, “un hombre de mediana edad”, “un anciano”, “el individuo”, “ese tipo”, etc. Tengo nombre y apellido, me llamo Gregory Stewart y mis conocidos me llaman Greg…

Gregory Stewart, un hombre de mediana edad, sale de un tugurio…

-Oye, amigo, ¿te gustaría que te llamasen escritorzuelo? Soy Spencer, el barman del Diamonds Club y esto no es un tugurio, es un reconocido bar de copas. Hacemos los mejores combinados a esta parte del Mississippi, ¿de acuerdo? A propósito, para los que lo lean, estamos en la Avenida Lincoln, recuérdenlo.

Gregory Stewart, un hombre de mediana edad, sale del prestigioso Diamonds Club, en la Avenida Lincoln. No puede disimular que está medio pedo…

-Te estás pasando, colega. Apenas he tomado un whisky con hielo.

-Soy Spencer de nuevo. Lo siento Greg, recuerdo haberte servido, por este orden, un gin tonic, un whisky y un tequila. A propósito, está todo anotado en tu cuenta, recuerda traer pasta el próximo día.

-Bueno, admitamos que bebí un poco, pero no me gusta la expresión medio pedo, cámbiala por otra menos malsonante, por favor.

No puede disimular los efectos del alcohol. Camina apesadumbrado porque esta mañana el cartero…

-Oiga, caballero, ¿en lugar de “cartero” podría indicar “repartidor postal”? Es solo que suena mejor. Gracias.

Camina apesadumbrado porque esta mañana el repartidor postal depositó en su buzón una amenazadora carta de su primera ex-esposa, Sally…

-Soy Sally, ¿me recibe? Yo no he dirigido ninguna carta de amenazas al gilipollas de  Greg, ¿vale?

-Eh, Sally, ¿por qué me llamas gilipollas?

-Yo no te he llamado gilipollas, eso lo ha escrito el tarado este que me acusa de no sé qué amenazas…

…el repartidor postal depositó en su buzón una amenazadora carta de su segunda ex-esposa, Margaret…

-Soy Maggie y ni he escrito ni pienso escribir una puñetera letra a ese gilipollas, repito, gilipollas, lo suscribo.

-Maggie, vete a la mierda…

…el repartidor postal depositó en su buzón una amenazadora carta.

-Oye, céntrate, yo no he recibido ninguna carta de amenazas.

-Vale Greg, stop, para ya, desde la primera línea me estás fastidiando este relato. Voy a leerte la carta y verás cómo luego sí estás apesadumbrado:

“Greg, soy tu creador, el que está intentando hace rato construir una historia contigo de protagonista. Me tenéis hasta las pelotas tú, el barman, el cartero y tus ex-esposas. Vas a palmar en las próximas líneas y comenzaré otro cuento con unos personajes normales, unos personajes que no incordien tanto. Te voy a matar, repito. Y ojalá acabes en el puñetero infierno.”

-Joder, macho, te has pasado cuatro pueblos, por unas sencillas objeciones que hemos hecho…

Greg no puede disimular los efectos de alcohol y tropieza con una boca de agua contra incendios, pierde el equilibrio y cae al asfalto, donde muere en el acto atropellado por un Cadillac del 64.

-Soy Bernard, el conductor de la berlina, quiero que sepan que frené, pero ese borracho se me había tirado encima, no pude hacer nada por evitarlo…

A consecuencia del accidente, el tipo que atropelló a Greg sufrió un súbito ataque al corazón y también pereció.

Descansen en paz y que les den.


viernes, 5 de abril de 2013

El cuadro que mira a un hombre




Nunca le ha interesado el arte, tampoco ahora, pero desde hace tres años Juan acude todos los días al Museo. Su recorrido es invariable: entra, saluda con amabilidad al conserje, sube lentamente al primer piso y accede a la sala 5, donde se sienta, siempre frente al mismo cuadro. Los celadores ya no se sorprenden, todos conocen la historia del anciano visitante; la mujer del óleo, recreada hace más de cuarenta años por un pintor excelente aunque poco conocido, era su esposa. En la tela se la ve sentada en una mecedora, con un libro en su regazo, mirando de soslayo al espectador. Los ojos y el semblante de la joven, enmarcados en un bello rostro latino, evocan una sensación de paz y sosiego que no pasa desapercibida al observador. Cada día, el hombre llega a las doce y permanece quince minutos ante la pintura, despidiéndose con un “Hasta mañana, Isabel”. Una vez alguien le preguntó por qué seguía viniendo. “Maldito idiota”, pensó entonces la mujer del cuadro sin mudar su dulce expresión, “cualquiera entendería que Juan necesita transmitirme que me seguirá  amando hasta el final”.


miércoles, 27 de marzo de 2013

Muertes súbitas



 ·        Punto para el servicio

“Oye, nena, he de hacerte una pregunta”, dijo el hombre.
“¡Dispara!”, respondió ella.
Entonces Bob sacó una Smith & Wesson del 38, la apoyó en el pecho de Kate y apretó el gatillo dos veces.
Mientras observaba el cadáver, Bob pensó: “¡Joder, que perspicaz era, tenía la respuesta preparada!”

 ·        Punto para el resto

“¡Ya no soporto más que siempre te salgas con la tuya, Susan!” exclamó Pete nerviosamente.
“¡Muérete, saco de mierda!”, contestó la mujer.
Pete abrió la ventana y se lanzó desde el decimonoveno piso de un edificio en el Bronx.

  • Set point

“Cariño, este bourbon que me has servido es puro veneno”, farfulló Sam con una mueca de profunda repugnancia.
“¿Y quién dijo que ‘eso’ fuera whisky, desgraciado?” preguntó la rubia platino, recostada en el sofá.
Sam se incorporó a duras penas, tambaleándose ligeramente durante unos segundos y vino a caer pesadamente sobre la mesa de centro, destrozando también el cenicero de cristal y un jarrón chino de dudoso gusto.

·        Match point
“¡Estoy más que harta, Bill! ¡Te juro que la próxima vez que me mientas lo nuestro habrá acabado para siempre!”
“No dramatices, pequeña”, susurró Bill tras separar el pitillo de sus labios. “¡Esto no es el fin del mundo!”
En ese preciso instante, un meteorito de extraordinarias dimensiones impactó con nuestro planeta, y la Tierra y todos sus habitantes se fueron a hacer puñetas.



Consumir preferentemente antes de morir



“Ya son tres las víctimas. Y las autoridades aún desconocen las causas”, manifiesta el periodista a la cámara en el lugar de los hechos, mientras con una mano sostiene el micrófono y con la otra una humeante taza.

“Muchísimas gracias, señora. Le aseguro que es el mejor chocolate que he probado nunca”, había afirmado satisfecho el inspector, antes de examinar los cadáveres de los testigos de Jehová que yacían en el zaguán.

“Pobrecillos míos… ¡Con este frío y los dos sin abrigo! No se vayan todavía, que enseguida les preparo algo calentito”, sugirió la venerable anciana esbozando una extraña sonrisa.


lunes, 18 de marzo de 2013

Maldita suerte


Apenas unas horas después de que el oncólogo le condenase a vivir contra reloj durante dos semanas, a X le tocó el mayor premio que la lotería había adjudicado nunca. Sin familia ni amigos y enfermo de muerte, X sintió que el destino no solo se descojonaba de él, sino que había metido el dedo en su alma y lo retorcía ahora con sádica saña.


El dulce y suave perfume




Los últimos días George mostró un misterioso comportamiento. Había bajado casi por completo todas las persianas, nunca encendía las luces  (varias veces tropezó conmigo al cruzarnos de noche por el negro pasillo), mantenía desconectado su teléfono y bebía y fumaba nerviosamente. Tampoco se sentaba al ordenador ni salía de casa, aunque la débil bombilla del refrigerador iluminaba cada vez menos alimentos. Se afeitó la barba, apenas me hablaba y evitaba cualquier contacto físico, se le notaba muy preocupado y en ocasiones le sorprendí llorando a escondidas, estremecido.

La pasada madrugada, mientras yo dormía y él se dedicaba como siempre a ver la televisión, llamaron a la puerta insistentemente. Desde el umbral de la habitación pude ver cómo George desconectó el  receptor y se quedó inmóvil en el sofá, con las palmas de las manos cubriendo sus oídos, los ojos cerrados y la cabeza entre sus rodillas. Oí un fuerte impacto, seguido de un ruido de tablas rotas, bisagras chirriantes, el interruptor de la luz y los pasos de dos personas dirigiéndose apresuradamente al salón. Inquieto, me oculté a hurtadillas en la penumbra del baño; allí me quedé, observando cómo un extraño con la señal de un profundo arañazo en el rostro agarraba del cabello a George y lo alzaba, reventándole la nariz con su puño. Aunque le estaban gritando, no acerté a comprender lo que decían. Escuché palabras extrañas como joder, coca, jefe, pasta, cabrón y otras que ni recuerdo ni conozco, solo sé que George, tumbado sobre la alfombra, se mantuvo todo el tiempo callado, emitiendo únicamente jadeos de dolor. Los dos tipos se alternaron en patear su vientre de forma repetida y después el del arañazo, eso sí lo recuerdo bien, pronunció la frase vas a morir, maldito hijo de puta. Sacó un extraño objeto reluciente del bolsillo y dirigiéndolo a la cabeza de George lo hizo estallar dos veces. De su sien comenzó a brotar un espeso líquido rojo, que por lo que pude percibir no olía nada mal.


Al instante el otro desconocido giró la cabeza, me miró fijamente y apuntó también algo metálico hacia mí. Su compañero dijo una cosa rara, algo así como andando, al gato que le den y se fueron deprisa, por donde habían venido.



viernes, 15 de marzo de 2013

¿El sueño eterno?





Hace ya muchos años que experimento el recurrente sueño de estar vivo. Acostumbro a soñar que abro los ojos en mi antigua cama junto a la que en otra vida fue mi mujer y que tras besarla me levanto, desayuno, me adecento, me visto y voy a la oficina. Allí encuentro a los que fueron mis compadres y superiores; entre papeles, teléfonos y ordenadores transcurre una rutinaria y tediosa mañana de trabajo. Cuando acaba la jornada tomo una bicicleta y vuelvo a casa, donde me esperan mi viuda y mis huérfanas para comer. Me acomodo luego en el sofá, donde me vuelvo a morir durante un rato y después vuelvo a soñar: a menudo me conecto a internet a consultar mis mensajes e informarme de qué pasa en el mundo (nunca me fié de la televisión ni de la radio), otras veces paso con el coche a recoger del colegio a mi hija pequeña o juego unas entretenidas partidas de frontón con viejos amigos, en ocasiones voy de compras con mi ex-pareja, visito a mis padres, veo un partido en la tele, salgo de paseo, leo un libro, escribo un cuento… Al caer el día acabamos cenando en familia y visionando todos juntos el capítulo de una serie bajada de alguna amable página pirata. Y siempre, siempre, cerca de la medianoche, cuando no me demora la extraordinaria aunque breve fortuna del amor carnal, me muero otra vez hasta el sueño siguiente.


jueves, 14 de marzo de 2013

Mi querido cadáver




Anoche soñé que era forense y me hacía la autopsia a mí mismo, es decir, que yo era el doctor pero también el cadáver. Guiado por mi intuición decidí, no sé si acertadamente o no, comenzar haciendo una incisión desde el cuello hasta el ombligo, para introducir a continuación la mano por el gran corte. Pero en lugar de órganos internos, encontré unas fotografías. Unas eran mi niñez, otras de mi pubertad y juventud, bastantes de mi madurez y solo algunas de mi vejez; unas de mis abuelos, de mis padres, de mis hermanas y sobrinos, de mis amigos, otras muchas de mi esposa e hijas, varias de mis nietos. Volví a escarbar allí adentro y extraje primero unos dibujos infantiles, luego unos manuscritos de la adolescencia, también unos folios mecanografiados en los que se podían leer alguna poesía y un montón de cuentos sin demasiado sentido, finalmente un puñado de recetas médicas y prospectos de medicamentos. No satisfecho con todo eso, probé de nuevo. Esa vez obtuve unas cuantas grabaciones musicales en diferentes soportes: cintas de casette, vinilos, compact-discs y mp3’s. Sumergí aún más profundamente la mano y logré capturar unas películas, tanto telefilms como largometrajes, series e incluso grabaciones familiares; primero en video, después en CD’s, DVD’s, Blu-Ray’s. Me estaba dando por vencido, ya que a mis nulos conocimientos científicos se sumaba la inaudita falta de cualquier evidencia fisiológica. En ese momento mi querido cadáver abrió los ojos y hablando claramente me dijo: “Eres un maldito estúpido, ¿no entiendes que no importa cómo hayas muerto, que lo importante es cómo hayas vivido? Te estoy ofreciendo pruebas de tu vida y tú te empeñas en seguir buscando pruebas de tu muerte. Eres tonto, chaval”. Reflexioné sobre ese reproche y entendí que era un reproche justo y razonable. Dejé de lado el bisturí, tomé hilo y aguja y suturé la fisura como Dios me dio a entender. Tras recoger todos mis recuerdos y meterlos en una bolsa, me despedí de mi cuerpo y volví a casa para revisar mi vida tranquilamente. Entonces, desperté.

martes, 12 de marzo de 2013

Las desventuras del hombre con un perro llamado Beckenbauer




Un hombre profundamente deprimido decidió acabar con su vida. Como era persona miedica y crédula, cuya religión le había inculcado que si se suicidaba su alma jamás dejaría de arder en el  infierno, ideó una estrategia para desencadenar la calamidad que facilitase un tránsito imprevisto y justificado.

Empezó pasando por debajo de la escalera de un operario de Telefónica; sólo consiguió un esguince de grado II en el tobillo derecho, al trastabillarse cuando bajaba de la acera.

Compró un precioso gato negro, pero el animalito no sobrevivió las violentas dentelladas que le infligió el doberman del hombre nada más traspasar la puerta de su vivienda.

Torció todos los cuadros del piso y estuvo una semana levantándose con el pie izquierdo, a consecuencia de lo cual un tío-abuelo suyo, de 87 años de edad y residente en Salamanca, sufrió una embolia.

Otro día rompió una luna del armario y a las pocas horas el tren Granada-Barcelona descarriló a su paso por Alcázar de San Juan.

Derramó quince kilos de sal, repartidos por todas las habitaciones, y aunque dimitieron dos ministros en Argentina, lo único que ocurrió es que se averió el aspirador.

Otra mañana subió de la tienda de los chinos con veinte paraguas negros y los dejó todos abiertos dentro del salón; de aquel día podemos reseñar que: a) no llovió, b) el perro se escondió acobardado debajo del sofá y c) se registró un importante movimiento sísmico en Kazajistán.

Y un martes 13, en el que el hombre tenía planeado tomar el autobús de la línea 13 para ir a pasar la jornada en el apartamento número 13 que había alquilado en el 13 de la Decimotercera Avenida, ese día, precisamente a las 13 horas y 13 minutos, un marido despechado lo confundió con el amante de su mujer y le pegó 13 tiros en el portal de su casa.

Asunto resuelto. Por cierto, ¿a alguien le interesa un doberman?


De todo lo visible e invisible




El arcángel abordó a Dios en un callejón del cielo y le comentó, apesadumbrado, que no podía soportar más la carga de las enormes alas con las que había tenido la excelsa gracia de dotarle. Ese tremendo lastre le causaba unos dolores de espalda terribles, que a menudo se irradiaban a sus hombros y cuello. El Creador de todo lo visible e invisible respondió, con tono amable y dulce, que no había concebido aquel paraíso para que ninguna de sus criaturas sufriese sino, muy al contrario, para que todas allí fuesen eternamente felices, por lo que iba a solucionarlo de inmediato. Mientras el ser celestial sonreía aliviado, Dios chasqueó sus dedos y las alas comenzaron a desaparecer.

Últimas noticias:
Las autoridades mexicanas aún ignoran el origen e identidad del cadáver de una persona sin sexo, vestida apenas con una ligera túnica, que fue descubierto ayer en el desierto de San Rafael, en Coahuila. La ausencia total de huellas alrededor del cuerpo (a excepción de unas extrañas plumas que los biólogos están analizando) y el hallazgo de insólitas marcas en sus omóplatos, son circunstancias que contribuyen a alimentar aún más el misterio. Seguiremos informando.


lunes, 11 de marzo de 2013

Disidencia letal




-No me gusta nada este futuro, declaró amargamente el optimista. A continuación apretó el gatillo y se voló la tapa de los sesos.