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martes, 9 de abril de 2013

El mensaje de Sam Baker




Si dispusiéramos de un módulo descifrador de chips biológicos y lo acercásemos al omóplato izquierdo de la persona que ahora mira su reflejo en el espejo y se acaricia el mentón, tendríamos íntegro acceso a su dossier vital. Como no es el caso, referiré que ese varón blanco caucásico de complexión atlética se llama Samuel ‘Sam’ Baker, nacido hace cuarenta y seis años, tres meses y dieciocho días en Valentineville, distrito de Crystal, en la Ínsula de Lava. Le restan pues, exactamente, tres años, ocho meses y trece días para su EP o Evasión Programada. Además de conocer su historial médico, secuencia completa de ADN propia y de sus progenitores, expediente académico desde su infancia, situación financiero-patrimonial y otra serie de minuciosa información personal, podríamos haber sabido que Baker es heterosexual, no tiene descendientes, nunca ha estado adscrito a cualquier GPAAC o Grupo Político Autorizado de Acción Civil ni a ninguna Iglesia mono o politeísta, que desde abril de 2138 opera como Técnico de Manipulación de la Razón en el SECC (Servicio Estatal de Comunicación Comunitaria) y que su tercera y última compañera, Gladys Lukumi, de treinta y dos años, lo abandonó hace siete meses y veintiún días después de cinco años de relación y un aborto espontáneo.

Si bien todos estos superfluos datos no ayudan a comprender lo que el hombre piensa y se dispone a hacer seguidamente, permiten sin embargo ilustrar al sujeto y algunas de sus circunstancias.

Sam Baker aleja el rostro del espejo y tras cubrir su desnudo torso con una camiseta blanca, apaga la luz y sale del baño. Con una viejísima balada de Ben Webster como música de fondo se dirige al monitor de actividades estratégicas. Esta vez no desea visionar una película, disfrutar de un partido ni competir en ningún video-juego. Se coloca las gafas y tras pulsar la opción “Contacto institucional” selecciona “Reclamación administrativa”. El monitor exige en ese momento reconocimiento de iris y Sam se somete con éxito a la validación. Como en las demás, en la tercera página del menú de reclamaciones aparecen diversas alternativas y él escoge “Transgresión de derechos humanos”; el sistema emite una lacónica respuesta: “Perfil de usuario no compatible” y muestra dos  posibilidades. “ACEPTAR ó REINTENTAR”. Sam presiona la última opción, parece convencido de lo que hace. El ordenador, esta vez, responde: “Usuario no comprometido. Acceso denegado. ACEPTAR ó REINTENTAR”. Eso significa, y él lo sabe, que la red rechaza otra vez su solicitud por no ser miembro numerario del partido que desde hace más de 100 años detenta el poder en el Continente y que un nuevo intento solo ocasionará el envío a su domicilio de una Unidad Patriótica de Defensa (UPD) que lo detendrá y encarcelará en un Cuartel de Prevención, a la espera de un duro interrogatorio de insospechadas consecuencias.

La UPD tarda apenas tres minutos en llegar a la puerta de la vivienda de Baker, situada en una zona residencial del extrarradio urbano. Dos hombres armados lo conducen esposado hasta el interior del furgoláser. Durante el trayecto hacia el Cuartel se detienen en un Control de Seguridad y Sam percibe a través de la ventanilla blindada que el vehículo oficial de un Ministro del Gobierno ha parado justo al lado. Entonces el prisionero, hasta entonces ciudadano número 40.567.988 del Continente Gris, yuxtapone las yemas de sus meñiques y el artefacto en forma de cápsula que ha fabricado siguiendo las instrucciones de un libro secreto, salvado hace ochenta años por su abuelo de los bomberos de la Brigada 451, revienta sus intestinos y todo lo existente en doscientos metros a la redonda.

El Departamento en el que trabajaba se ocupará de que ningún medio divulgue un suceso que nunca ha ocurrido; el mensaje de Sam Baker jamás será enviado.


lunes, 8 de abril de 2013

Metafísica y mortadela




Paco, Juan y Manolo son unos jóvenes que, a falta de otra cosa, trabajan en la reparación de unas obras de la vieja-nueva línea del Metro, ésa cuyos fondos se acabaron porque los superhéroes que iban a salvar la patria de la ruina prefirieron gastar el dinero de los ciudadanos en carreras de Ferraris, parques zoológicos ruinosos, Palacios de la Ópera con goteras, aeropuertos sin aviones y demenciales proyectos urbanísticos mega-faraónicos que nunca se materializarán.

Es la hora del almuerzo y los chavales sacan sus bocatas y unos botes de las mochilas. Para ellos, ese rato es el más agradable del día, porque les permite charlar abiertamente de lo que realmente les interesa.

-Escuchad, mientras tiraba el hormigón me estaba preguntando ¿Qué es peor, el sufrimiento eterno o la nada? ¿Vosotros qué opináis?

-Hombre Manolo, dice Paco desenvolviendo el bocadillo, yo siempre he sido de la opinión de que la "nada" en su esencia básica sería peor infierno que el sufrimiento y dolor eterno planteado en la Biblia como "El Infierno". La Nada es la negación absoluta de Dios en todo su esplendor. Si Dios implica alguna forma de existencia aunque ésta no sea más que "Dolor", sería desechado con la idea de la "Nada". La Nada es la inexistencia absoluta, es algo que aterrorizaría al mismo Satanás.

-Perdona, Manolo –indica Juan tras dar un sorbo de cerveza- pero creo que la pregunta que planteas sólo puede responderse desde la fe y la religión y no desde los parámetros de la filosofía. La idea de infierno no tiene cabida en la filosofía y la definición de la nada como “inexistencia absoluta” es la propia del pensamiento judío y cristiano, que la entiende como lo absolutamente opuesto a Dios, que es la perfección absoluta. Si el Universo surgió o no surgió de la Nada (entiéndase la Nada como Absoluta) es una cuestión que no podremos saber jamás. Podremos postular una u otra solución, pero jamás llegaremos a saberlo.

-Yo, dice Manolo después de engullir un bocado de pan relleno de mortadela, si tengo que elegir entre el sufrimiento eterno y la nada, creo que me quedo con la nada. Total, el Universo tiene 13.700 millones de años, y sólo durante unos 90 ó 100 millones de ellos (una cantidad, por tanto, despreciable) estamos vivos. En realidad hemos estado ya una eternidad no-vivos. ¿Por qué temer, pues, a la "nada", si llevamos 13.700 millones de años de "nada"? Lo que es una excepción es que estemos vivos. La vida, como ha señalado alguna vez Jesús Mosterín, es una excepción.

-Y no olvidemos, conviene Juan, que la nada es la garantía de la libertad, según Sartre. La libertad, esa condena-privilegio del hombre que a tantos aterroriza, hasta el punto de desear renunciar a su misma condición humana.

-Bueno, dice Paco, en realidad tampoco sabemos si la muerte es límite de algo. Hemos de suponer que sí. Pero esa suposición parte de la propia vida que, por definición es lo contrapuesto a la muerte. Así que de la misma forma que me puedes decir que de la vida deducimos que la muerte es el límite, también te puedo decir que de la muerte deducimos que la muerte no lo es.

-La cuestión no es si hay algo después o no, la cuestión es el hecho mismo del vivir en contraposición a lo que supondríamos que es el no vivir aún siendo una incertidumbre, y sólo existe una reafirmación desde la propia vida. Reafirmar algo es volver a afirmar en oposición a algo, pero esa oposición no se refiere a una realidad concreta, explica Juan.

-Sí, sí, pero la nada es algo impensable, sostiene Paco mirando de reojo al capataz que se acerca. Siempre que pensamos en la "nada" no podemos evitar pensar en algo, por lo que se contradice su esencia. No puede haber "nada" porque si "hay" nada, entonces algo está habiendo, y si está habiendo ese algo no puede ser nada. En cambio, la nada puede ser. Aunque si la nada es, ninguna otra cosa puede ser, porque si algo más es, entonces algo existe, mas no nada. Y mientras la nada existe, no puede haber otra cosa, porque si algo hay, no hay la nada.

-Buenoh, señoritoh, avé si acabamoh con lah pamplinah esah rapiditoh, que paíce que va’lloveh y aún endemos d’apreparar el mortero pa la rampa.

Los jóvenes se incorporan y vuelven al tajo sin rechistar. Las cosas no están para tonterías.


Este post participa en la IV Edición del Carnaval de Humanidades  alojado por Kurt Friedrich Gödel en su blog Literatura es aprehender la realidad.


sábado, 6 de abril de 2013

Muertes justificadas




Son las dos de la mañana en Albuquerque. Un hombre de mediana edad…

-Perdona, me revientan los literatos como tú, que evitan nombrar a sus personajes, que los tratan de “un joven”, “un hombre de mediana edad”, “un anciano”, “el individuo”, “ese tipo”, etc. Tengo nombre y apellido, me llamo Gregory Stewart y mis conocidos me llaman Greg…

Gregory Stewart, un hombre de mediana edad, sale de un tugurio…

-Oye, amigo, ¿te gustaría que te llamasen escritorzuelo? Soy Spencer, el barman del Diamonds Club y esto no es un tugurio, es un reconocido bar de copas. Hacemos los mejores combinados a esta parte del Mississippi, ¿de acuerdo? A propósito, para los que lo lean, estamos en la Avenida Lincoln, recuérdenlo.

Gregory Stewart, un hombre de mediana edad, sale del prestigioso Diamonds Club, en la Avenida Lincoln. No puede disimular que está medio pedo…

-Te estás pasando, colega. Apenas he tomado un whisky con hielo.

-Soy Spencer de nuevo. Lo siento Greg, recuerdo haberte servido, por este orden, un gin tonic, un whisky y un tequila. A propósito, está todo anotado en tu cuenta, recuerda traer pasta el próximo día.

-Bueno, admitamos que bebí un poco, pero no me gusta la expresión medio pedo, cámbiala por otra menos malsonante, por favor.

No puede disimular los efectos del alcohol. Camina apesadumbrado porque esta mañana el cartero…

-Oiga, caballero, ¿en lugar de “cartero” podría indicar “repartidor postal”? Es solo que suena mejor. Gracias.

Camina apesadumbrado porque esta mañana el repartidor postal depositó en su buzón una amenazadora carta de su primera ex-esposa, Sally…

-Soy Sally, ¿me recibe? Yo no he dirigido ninguna carta de amenazas al gilipollas de  Greg, ¿vale?

-Eh, Sally, ¿por qué me llamas gilipollas?

-Yo no te he llamado gilipollas, eso lo ha escrito el tarado este que me acusa de no sé qué amenazas…

…el repartidor postal depositó en su buzón una amenazadora carta de su segunda ex-esposa, Margaret…

-Soy Maggie y ni he escrito ni pienso escribir una puñetera letra a ese gilipollas, repito, gilipollas, lo suscribo.

-Maggie, vete a la mierda…

…el repartidor postal depositó en su buzón una amenazadora carta.

-Oye, céntrate, yo no he recibido ninguna carta de amenazas.

-Vale Greg, stop, para ya, desde la primera línea me estás fastidiando este relato. Voy a leerte la carta y verás cómo luego sí estás apesadumbrado:

“Greg, soy tu creador, el que está intentando hace rato construir una historia contigo de protagonista. Me tenéis hasta las pelotas tú, el barman, el cartero y tus ex-esposas. Vas a palmar en las próximas líneas y comenzaré otro cuento con unos personajes normales, unos personajes que no incordien tanto. Te voy a matar, repito. Y ojalá acabes en el puñetero infierno.”

-Joder, macho, te has pasado cuatro pueblos, por unas sencillas objeciones que hemos hecho…

Greg no puede disimular los efectos de alcohol y tropieza con una boca de agua contra incendios, pierde el equilibrio y cae al asfalto, donde muere en el acto atropellado por un Cadillac del 64.

-Soy Bernard, el conductor de la berlina, quiero que sepan que frené, pero ese borracho se me había tirado encima, no pude hacer nada por evitarlo…

A consecuencia del accidente, el tipo que atropelló a Greg sufrió un súbito ataque al corazón y también pereció.

Descansen en paz y que les den.


viernes, 5 de abril de 2013

Fundido en negro




Hace unas noches tuve un sueño. Sucedía en enero, comenzaba a nevar y eran las cuatro de la tarde. Sé que era enero porque aquí únicamente nieva durante ese mes, y sé que eran las cuatro de la tarde porque empezaba mi programa favorito en Radio 3. Regresaba del trabajo en mi zapatilla con ruedas por una carretera vecinal muy poco transitada. De repente, en el exterior del vehículo se hizo de noche, oscuridad total durante un par de segundos, sucedió como un fundido en negro cinematográfico. Cuando volvieron la luz y el paisaje frente a mí, me encontré con el coche traqueteando en un agreste y estrecho camino, rodeado de altos y extraños árboles, entre los cuales vi saltar algunos simios. Paré y oí que la radio siseaba, no conseguí sintonizar ninguna emisora; la apagué. Mi teléfono móvil no tenía cobertura y marcaba las doce del mediodía. Conmocionado, decidí seguir conduciendo a baja velocidad por aquella angosta vereda, siendo testigo de cómo coloridas aves se cruzaban en mi recorrido. La senda fue ensanchándose poco a poco hasta que alcancé la plaza de una aldea compuesta por diez o doce chozas, de donde salieron, gritando y amenazándome con palos y lanzas, un montón de negros en taparrabos, con sus caras pintadas. Lo primero que hice fue activar el seguro del coche y ponerme a temblar. Las mujeres y los niños se asomaban al umbral de sus cabañas, mirándome con gestos de temor y sobresalto. De la choza más grande surgió el que parecía el caudillo de la tribu quien, cosa que me sorprendió, era un tipo blanco con gafas de sol que andaba contoneándose exageradamente. A medida que se acercó pude reconocer su cara: era Don Pascual, el jefe del departamento de administración de mi empresa, es decir, mi jefe, solo que como allí no debían usar tintes baratos, lucía su pelo cano y una inusual barba del mismo color. Don Pascual atravesó el pasillo que le fueron abriendo los nativos, se plantó ante mi coche y tras calmar a los guerreros extendiendo sus brazos, comenzó a hablarme con su misma voz pero en distinta lengua:

-¡Ranga tukala kun senjeli!, lo cual no supe si traducir como un “buenos días, ya era hora de que llegaras”, “joder, has vuelto a descuadrar el balance” o, incluso, “estás despedido, a la puta calle”.

Ver a Don Pascual me permitió salir de mi inicial estado de shock, pues el pánico fue sustituido por la rabia, y al advertir que el comité de recepción había dejado caer sus armas al suelo, detuve el motor, me guardé las llaves en el bolsillo y desbloqueé las puertas. A continuación bajé del coche y después de comprobar que el aire era achicharrante para estar en enero, me dirigí al jerarca blanco y con el máximo énfasis, a voz en grito y señalándole repetidamente con mi índice, le solté:

-¡Ya tenía ganas de decirte un par de cosas, Pascual! Sí, te tuteo y si no te gusta, te fastidias. Mira: eres un gilipollas y un engreído incompetente. Estás treinta años en la empresa jodiendo al personal y no sabes hacer la “o” con un canuto. Yo tengo una carrera universitaria y dos masters y tú no acabaste el puñetero bachillerato, mamón. Te pasas el día leyendo el periódico, hablando con tu familia y tus amistades por teléfono o cotilleando por Internet, mientras los demás nos dejamos el hígado currando y encima hemos de soportar tus injustas broncas. Eres un inaguantable tocapelotas, que en lo único que destacas es en lamer el culo a los superiores para que no te boten de la compañía. Y además, te tiñes el pelo como una patética nenaza. Cualquiera de estos palurdos sería mejor jefe que tú,  ¡cretino!

Largué todo de carrerilla, fue sencillo porque lo tenía ensayado hace meses, aunque en este caso no procedía mentar el tinte y tal vez me excedí al improvisar el último reproche, tachando de palurdos a los indígenas, a los que ruego me perdonen si les ofendí o se sintieron heridos por mi desacertado calificativo.

Yo no sé si Don Pascual o su sosias comprendió algo de lo que le dije, pero cuando acabé la perorata se arrodilló solemnemente ante mí, descolgó los collares que llevaba alrededor de su cuello y me los ofreció en silencio, con amabilidad y agachando su cabeza, lo cual interpreté como un traspaso de poderes.

La tribu entera emitió un entusiasta grito de júbilo (por lo visto estaban también hasta los huevos de Don Pascual) y entre algunos hombres me alzaron, dándome varias vueltas a la plaza. Mientras, las mujeres y los niños salieron de los chamizos y comenzaron a entonar alegres canciones nativas.

En ese momento me entraron ganas de mear y me desperté.

Ni sé ni me importa lo que le pasaría después a Don Pascual, de lo único que estoy seguro es que en ocasiones los sueños nos señalan el camino que hemos de tomar en la vida. Por eso, la próxima vez que ese inútil me llame la atención le voy a aflojar el mismo discurso. Aunque me abran un expediente. Aunque me cueste el puesto. Yo con las ganas no me voy a quedar.


sábado, 23 de marzo de 2013

Sábado en el parque




El anciano obsequió al joven con un ‘Buenas tardes’ sentándose a su lado en el soleado banco, no sin antes colocar un folleto de propaganda entre la madera y sus glúteos, a modo de aislante. Al adolescente le impresionó el venerable aspecto de aquel hombre, cuya edad calculó sobrepasaría los setenta y cinco años; el hecho de que luciera un impecable traje con corbata oscura y se ayudara de un bastón, atrajo también su interés.


En un momento dado, mientras varios mocosos jugaban  correteando por las proximidades, el viejo esbozó un puchero y unas lágrimas comenzaron a recorrer sus mejillas. Preocupado por ello, su compañero de asiento le preguntó si se encontraba bien, si necesitaba ayuda. Tras secarse la cara con un pañuelo, en el que se distinguía la letra ‘P’ bordada en una de sus esquinas, el hombre comentó que no ocurría nada. Su tristeza, explicó, se debía a que desde hacía más de veinticinco años no dejaba de pensar ni un solo día en su única hija, que debido a un accidente de tráfico falleció junto al niño que esperaba, percance que poco después pasó también la factura de la vida a su propia mujer.


El joven, conmovido por la historia, sintió en ese instante que una poderosa y misteriosa energía les atraía irreversiblemente, por lo que de súbito le propuso un trato. ‘Usted perdió a sus seres más queridos y todos mis abuelos murieron antes de que yo fuera capaz de conocerlos; déjeme ser el nieto que nunca tuvo. Le aseguro que, excepto un poco de cariño, jamás le pediré nada a cambio’. El anciano sonrió con excepcional dulzura, le pasó la mano por su cabeza y dijo: ‘Bienvenido a la familia, muchacho’.



martes, 12 de marzo de 2013

Un sueño muy especial




Ayer tuve un sueño muy especial. Estoy en Londres, en la final de la Europa Champions League. Juegan el Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona, pero no soy un espectador. Soy un jugador suplente del Barça efectuando ejercicios de calentamiento en la banda, por si el míster precisa mis servicios. Llevo diez minutos trotando, brincando y haciendo diversos tipos de flexiones y  estoy exhausto. Debería referir en este momento que tengo 53 años, mi vida es muy sedentaria, registro un índice de masa corporal cercano a 3o (indicador de una obesidad leve o de tipo II), padezco de algo de colesterol, tengo la glucosa y ácido úrico al límite de lo normal, sufro de hernia de hiato, tengo dos pinzamientos vertebrales a  consecuencia de los cuales mi pie izquierdo lo tengo parcialmente insensible durante varios días y además el viernes pasado me volvieron a infiltrar el hombro derecho debido a una tendinitis. Pero no obstante, ahí estoy, sobre el césped del Estadio de Wembley con un lleno impresionante, más de 90.000 espectadores en las gradas, cientos de millones por la televisión.

El tiempo de juego se está agotando, estamos en el descuento, quedan 30 segundos y el marcador es de empate a uno. Se huele la prórroga. Pero en un rapidísimo contraataque, la Pulga aprovecha un pase de Xavi, se interna en el área y cuando está driblando al central para plantarse solo ante el meta y definir, aquél le derriba violentamente. Penalti y expulsión. El defensor apenas protesta, sabe que además de cometer la infracción le ha partido el tobillo a Lio, al que tienen que retirar los sanitarios. El entrenador me pide que me quite el chándal y salga a lanzar el penalti. Cuando Messi pasa a mi lado, desde la camilla y conteniendo el dolor que le produce la lesión, me sonríe y dice cariñosamente: “Papito, cagáte en ellos, machacálos con tu gol”. Le contesto: “Va por vos, Pulguita”. Palmeamos las manos y entro rápidamente, decidido a ejecutar la pena máxima.

Haré ahora el inciso de que en mi vida, mi experiencia futbolística no ha sido muy dilatada. Empecé jugando con piedras y destrozando zapatos en el patio del Colegio con unos compañeros, después en el pueblo una panda de amigos montamos un equipo llamado el Athletic Cementeri (más tarde cambiamos su denominación a Dribling) y mientras cursaba estudios superiores, aparte de pelotear a menudo en las Pistas Universitarias jugué varios partidos con mi Facultad ejerciendo de lateral o interior derecho. Después de eso, algunos encuentros amistosos de fútbol-sala con amigos o compañeros de trabajo, pero de eso hace ya más de diez años. Siempre me gustó el fútbol, relataré la anécdota de que cuando tenía 12 años mi padre me regaló un cuero formado por exágonos negros y blancos, en éstos últimos iban las firmas de los componentes del Valencia C.F. que ganó la Liga española 1970-71, allí figuraban las de Alfredo Di Stéfano (entrenador) y todo el plantel de estrellas; pues bien, un día que teníamos partido en un campo del viejo cauce del Turia utilicé ese esférico porque nadie disponía de balón (o eso dijeron). Cuando volví a casa comprobé que casi se habían borrado las rúbricas y las repasé con un bolígrafo. Era así de tarado, por jugar al fútbol destrocé un recuerdo impresionante.

Llego al área, tomo el balón y el árbitro me advierte de que no efectúe el chut hasta que suene su pitido. Me agacho a colocar primorosamente el balón en el punto fatídico, la camiseta me oprime, ya les conté lo de mi masa corporal. Se acerca el Guaje y me dice al oído: “Rafa, tú chuta a reventar”. Delante tengo a Iker Casillas, con 32 años, un atractivo atleta de 1,85 metros de altura que cubre casi todo el arco, Campeón de Europa en dos ocasiones y Campeón del Mundo en una con la selección española. Yo me llamo Rafa Sastre (como un defensa que jugó en el Sporting de Gijón y creo que se ha retirado), ya he dicho que tengo 53 años, soy alopécico desde los 20 y no repetiré mis problemas clínicos y de sobrepeso. Estoy acojonado. Menos mal que soy diestro, pues tengo medio pie izquierdo dormido, las pastillas que me recentaron actúan muy lentamente. Él es Iker Casillas, ha parado muchos penalties, está forrado, yo soy Rafa Sastre, nunca he tenido un compromiso tan grande, soy un simple administrativo y sigo acojonado. Él tiene una novia preciosa, pero yo tengo una mujer preciosa, aunque doble casi la edad de su novia y además, ahora caigo, tengo algo que él aún no tiene: dos hijas también preciosas. ¡Ajá, Iker, te he pillado! Voy a lanzar el penalti por mi mujer y por mis hijas, y de paso lo lanzaré por Lio, por Abi, por Tito, por el equipo, por la plantilla, por la cantera y por la afición que está justo detrás de esa portería y que está aún más acojonada que yo, que guarda un silencio sepulcral, unos rezan, otros se tapan los ojos o se vuelven de espaldas, otros se comen los puños… Me tienen más miedo a mí que a Cristiano y Benzemá juntos, no pueden disimularlo, es imposible.

Sé cómo voy a chutar, lo he practicado con la Play Station en varias ocasiones. El portero siempre se lanza a un costado, eso es seguro. Hay que tirar al centro, fuerte como dice Villa y a una altura media-alta a la que no alcance un eventual manotazo del arquero. Levanto mis manos y junto repetidamente las palmas para que la hinchada acompañe mi galopada hacia el esférico. Miro fijamente a los ojos a Iker. Es justo donde estoy apuntando, donde quiero que dirigir la pelota. La gente del fondo se ha animado un poco, palmea fuerte y lentamente. El árbitro hace sonar su silbato. Tomo carrera, pateo el cuero y  ¡¡¡¡¡¡GOOOOOOOOL!!!!!!!

Mi propio alarido me despertó, creo que ese fue el mejor sueño de mi vida.


domingo, 10 de marzo de 2013

Llamémosle Pérez



Es un mendigo más, un vagabundo más, otro indigente cualquiera. Es una persona muy mayor, que arrastra su patrimonio por las calles de la ciudad empacado en una desvencijada maleta de ruedas. He visto muchas veces a ese transeúnte habitual por los barrios del centro y siempre he estado tentado de hablarle. Hoy, ese prójimo ha aceptado charlar conmigo cuando le he ofrecido un bocadillo y un cartón de vino barato.

El señor Pérez, llamémosle así, me ha contado que nació en la aldea de un remoto y frío lugar de la meseta, un lugar sin pasado, sin presente y, por supuesto, sin futuro. Sus padres explotaban (espero que los  verdaderos explotadores no se enojen si utilizo ese vocablo) una pequeña granja de animales; no vivían, simplemente sobrevivían y a muy durísimas penas. Pérez solo pudo asistir unos pocos años a la escuela, en la que, además de los números y las letras, le inculcaron una rudimentaria educación religiosa. Pero el señor Pérez me asegura que si hubiese un Dios y ese Dios fuese justo, no podría haber pronunciado esa frase que le atribuyen, más propia del presidente de la patronal, esa que dice “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Porque, argumenta, hay mucha gente que acapara demasiado pan, más del que nunca podrá consumir, sin haber transpirado una puñetera gota en su regalada vida, gente que se sabe aprovechar, ¡y cómo!, de las transpiraciones ajenas. Al propio tiempo existen cientos de millones de personas que, por más que suden y se esfuercen, incluso por mucho que recen, jamás alcanzarán a obtener una insignificante y dura migaja. Según Pérez, si hubiese un Dios y ese Dios fuese justo, premiaría a los buenos y castigaría a los malos precisamente en esta vida, no en la hipotética que ha (o no) de venir. Y dice que eso es lo que todos los poderosos desean que los pueblos crean: que cuanto más suframos ahora, cuanto más dolor nos dejemos infligir, más ración de gloria nos tocará después de muertos.

A raíz de la inesperada muerte de su padre, Pérez abandonó el colegio. Su madre, muy enferma, necesitaba ayuda y él era el único hijo del matrimonio, el gran heredero de la ingente miseria familiar. Se afanó lo indecible en sustituir el trabajo de su progenitor mientras vivió su madre,  apenas unos años más. Después, decidió vender los pocos animales que le quedaban y emigró a la gran ciudad.

Si bien ese hombre, al que denominamos Pérez, reconoce que es un ignorante en cuestiones políticas, lo cual interpreta como una bendición, también afirma que nunca le ha gustado el sistema y que al sistema nunca le ha gustado él. Me ha comentado que, cuando llegó a la capital, se empleó en el comercio de un tío suyo como recadero y asistente, pero, tras una década de solemne fidelidad a cambio de exigua comida e incómodo catre en un recóndito rincón de la trastienda, a la muerte del viejo sus primos le dieron boleta.

El sinsabor del abuso y la injusticia hizo mella en el joven Pérez, que juró por su vida no volver a trabajar para nadie más. Si sus propios familiares le habían tratado peor que a un perro, odiaba imaginar qué tipo de consideraciones tendría contra él cualquier desconocido.

Con los pocos ahorros que guardaba inició una serie de pequeños trapicheos, comprando y revendiendo artículos usados y baratijas con ganancias raquíticas, ínfimas, despreciables. Hasta que hace unos años las autoridades empezaron a perseguir el mercadeo ambulante ilegal (o sea, el que no pasa por la santa Caja Municipal y por ello carece del sagrado Permiso Administrativo urbi et orbi con sus doce timbres y siete autorizaciones), Pérez fue un popular buhonero, asiduo de los rastros itinerantes y del cambalache encubierto. Igual te vendía una radio estropeada que un vetusto disco de Eydie Gorme y Los Panchos o un grifo de segunda mano para el lavabo o el bidet. Aunque malvivía, se sentía libre y, sobre todo, dichoso por no permitir que nadie se lucrara a su costa. Pero cuando la policía empezó a empapelar a los vendedores furtivos como él, que tantos y tan graves perjuicios ocasionan a la balanza de pagos nacional, tuvo que abandonar la actividad y su vida se vino abajo.

Desde entonces, el ser humano al que llamamos Pérez carga a todas partes con su artrosis y su maleta llena de recuerdos y trastos, viviendo de la caridad. Sostiene que los que más comparten son los que disponen de menos medios, que hay personas maravillosas en el flanco oscuro de la sociedad, en ese lado menos cool, que solo aparece en la sección de sucesos de los noticieros y jamás en los glamourosos reality-shows. El inframundo de los desamparados, los solitarios y los olvidados. El gran ejército de los condenados, que ojalá en la otra vida (si existe y porque en ésta es ya imposible) alcancen el pedazo de gloria que alguien, algún día y por interesados motivos, les prometió.


Mahoney y Co. (Tercer capítulo)


3. UN PLAN DE MIERDA


Nick Mahoney, a quien algunos apodan “El Potro”, nunca fue un estudiante brillante, todo lo contrario, pero se gana bastante bien la vida. Nick es un cazador de recompensas, ocupación para la que no se requiere carnet, título, currículum, ni siquiera recomendaciones. Su tarea consiste, básicamente, en averiguar a qué precio está el kilogramo de criminal y apresar al mejor cotizado. Cuando a Nick le cuesta encontrar pistas que le proporcionen el paradero de su objetivo, recurre a cualquiera de los tres métodos, mal vistos pero infalibles, que cualquier sabueso debe conocer: el soborno, la amenaza o la paliza. El primero de ellos, por encarecer los costes y reducir ostensiblemente el margen de beneficio, solo lo considera en el muy remoto caso de que las circunstancias aconsejen no empeorar sus antecedentes penales. De los restantes procedimientos prefiere la amenaza, pero solo porque detesta la sangre desde que estuvo en Afganistán y vivió en directo más de una carnicería.

Hasta ahora se dedicó siempre a colaborar con la pasma y la justicia, pero un tal Orfeo, de Detroit, un individuo que parece sacado de la serie Los Soprano, le ha hecho una oferta que no ha podido rechazar. La parte contratante le obsequiará con veinte de los grandes libres de impuestos si es capaz de situar directa o indirectamente ante sus narices a Harry Rosolino, un desalmado matarife. Nick sospecha que cuando quiere a ese sujeto vivo (y por ese precio) es porque tiene algo valioso que le pertenece y pretende recuperar. Y aunque los asesinos nunca fueron su especialidad, sobre todo si no están fichados como es el caso, el incentivo prometido merece asumir algún riesgo. Ha urdido un plan, sabe que es un plan de mierda, pero desde que oyó que había una mujer a la que le tocaba la lotería cada vez que quedaba encinta, no elude las coyunturas embarazosas.

En estos momentos tiene delante, bien amarrada a una pilastra del almacén abandonado de la compañía Vimon & Stark, en Longmont (Colorado), a cuarenta y cinco minutos de Denver, a la última conquista de Rosolino. Mariana es una preciosa pelirroja, con la cara de una Venus de Botticelli y tetas y piernas dignas de una conejita del Play Boy. Ella no quiere traicionar a su hombre, las amenazas no han surtido efecto. Para localizar a Harry, Nick intuye que deberá emplear el método más contundente y es la primera vez que se estremece con la mera idea de golpear a alguien. Tampoco ayuda ese enorme graffiti rojo en la pared del fondo, que sentencia “Dios te está viendo”.
Mahoney intenta por última vez persuadir a la joven, no quiere tocarle un pelo (en realidad desearía acariciar cada milímetro de su cuerpo), no es su intención hacerle daño. Mariana está muy asustada y accede por fin a facilitarle el número de Harry. Nick pulsa las teclas.

-Harry al habla.

-Hola Harry, no me conoces, mi nombre es Nick. Escucha atentamente: necesito que vayas de inmediato a Detroit, unos buenos amigos que te echan de menos te esperan para compartir unos tragos. Tengo aquí a tu chica, ya sabes, Mariana. Si haces lo que te he dicho, a ella no le pasará nada de nada.

-Oye, Nick o como-quiera-que-te-llames, hijo de la gran puta, ya veo que no me conoces, pero ¿tú quién te has creído que eres? ¿Has secuestrado a mi novia y me estás amenazando, cabrón?

-Relájate, Harry. Mariana y el lunar que tiene cerca de la comisura de su labio superior están bien, yo cuidaré de ella mientras visitas a esos colegas. Y cuando ellos me confirmen que ya habéis fumado la pipa de la paz, la llevaré intacta de vuelta a casa. Confía en mí.

-Te diré lo que voy a hacer, Nick. Voy a despellejar vivos a esos perros y luego acabaré contigo. Y te juro que si le haces a Mariana el más mínimo rasguño sufrirás mucho antes de morir, cerdo.

-Harry, no te pongas melodramático. Creo que te estás ofuscando, no te haces cargo de la situación. La sartén la tengo en mi mano y tú te estás friendo dentro como una maldita salchicha. Antes de que te achicharres del todo resuelve rápidamente tus asuntos con Orfeo en Detroit y reza para que ese tipo me llame diciendo que puedo liberar a la paloma. ¿OK?

-Bien tío, salgo hacia allá en el primer avión. A lo mejor soy yo el que te llama, para que oigas cómo tu jodido patrón me suplica antes de que le vuele la cabeza. Nos vemos.

Nick marca un número de Michigan, pronuncia la frase “el pájaro vuelve a la jaula” y guarda el móvil, sintiendo que los veinte mil dólares también han iniciado un viaje, pero hacia su bolsillo. Asimismo piensa que Rosolino, además de un asesino es un tarado, y que lo que parecía un encargo difícil ha resultado un juego de niños. El plan de mierda ha ido como miel sobre hojuelas sin necesidad de que nadie se quedara preñado. Sin embargo, Mahoney todavía desconoce que el próximo vuelo Denver-Detroit de Delta Air Lines sufrirá un accidente fatal del que nadie saldrá con vida


Mahoney y Co. (Segundo capítulo)


2. NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA


Harry Meroni es un tipo duro. Muy duro. Evelyn, la madre, ya lo descubrió durante su gestación: “Este cabroncete me va a reventar las entrañas”. Patadas, puñetazos, codazos, cabezazos, el vientre de Evelyn hubo de soportar durante meses los furibundos ataques de aquel cruel feto. Después del parto obligó a su marido Luis, argentino y profesor de tango en Reno, a hacerse la vasectomía. No estaba dispuesta a volver a sufrir semejante tortura.

Prácticamente todos los compañeros de Meroni en los jardines de infancia y escuelas a los que asistió guardan imperecederos recuerdos del “chico malo”, como se hizo habitual que le llamaran. La mayoría de esos recuerdos son físicos y ninguno de ellos grato, pues el contacto con Harry casi siempre se saldaba con cicatrices más o menos profundas en los cuerpos de sus amigos. Expedientes, traslados, ayudas psicológicas, nada ni nadie consiguió relajar la actitud brutal de ese crío.

En el instituto continuó ocurriendo más de lo mismo. Incesantes peleas que siempre finalizaban con colegas sangrando o con algún hueso roto concluyeron con una expulsión inevitable, con el final de su etapa académica.

Harry Meroni tuvo que buscarse la vida. Se trasladó a Las Vegas donde hizo trabajos miserables a cambio de ridículos estipendios, hasta que un día se topó con Larry Volivar, un latino fuerte y maduro dedicado, según sus propias palabras, “a verificar la superficialidad de las convicciones de pinches gringos webones”. Para ser precisos, este Volivar era un solitario matón de poca monta, virtuoso en el arte del apaleamiento por encargo, que enseguida intuyó las grandes posibilidades que ofrecía su asociación con Meroni. Crearon un equipo denominado Larry & Harry que, para provecho de traumatólogos y ortopedas, en cuestión de meses sembró de lisiados Nevada y los estados colindantes.

Cuando a Volivar le dieron pasaporte en Fresno el día que irrumpieron en la casa de un magnate de las apuestas ilícitas,  Harry se salvó por los pelos y a bordo de un viejo Ford Mustang no paró de conducir hasta llegar a Denver. Allí se cambió el apellido por el de Rosolino, como su trombonista de jazz preferido, y decidió convertirse en un asesino a sueldo.

Su carrera está plagada de éxitos silenciosos que le han reportado una extraordinaria fama secreta. Sus emolumentos, acordes con la fiabilidad de los resultados, alcanzan ya las cinco cifras más gastos por trabajo.

Pero en Chicago no estuvo fino. Unos zoquetes de Detroit le soplaron que tal día a tal hora un irredimible moroso llamado Parker estaría esperando su visita en el Holiday Inn de la Avenida Cumberland. Ni una referencia, ni una puñetera foto, nada. Solo un nombre, una fecha, una hora y una dirección. Cuando acabó el trabajo, mientras salía del hotel, alguien le envió al móvil un retrato del objetivo. Mierda, demasiado tarde, pensó Harry. Por norma no repetía visitas y aquel pringado le había confirmado que era Raymond Parker antes de mudarse al otro barrio. Tampoco debía fiarse de la foto. Joder, estos son tontos del culo, incluso me han pagado por adelantado. Querían un cadáver y ya lo tienen, que les den. Y se encaminó a la estación de autobuses de Chicago para abordar el primer Greyhound con destino Denver.

Harry Rosolino (antes Meroni) ignorará toda su vida que si el encargo se hubiera desarrollado acertadamente, despachando al tipo correcto, habría tardado cinco minutos y cuarenta y dos segundos más en llegar a la central de autobuses y ese inapreciable margen de tiempo le hubiera obligado a esperar al siguiente convoy, impidiendo que pudiera sentarse al lado de una bella mujer llamada Mariana, que se apoderó de su corazón con la misma facilidad con la que un gato atrapa a un ratón.


Mahoney y Co. (Primer capítulo)


1. CORRECTAMENTE, POR ERROR

Mientras era testigo de los ímprobos esfuerzos del personal sanitario por reanimarle, le invadió una inexplicable sensación de paz. Podía observar y escuchar cómo, urgidos por la necesidad, manejaban instrumentos, trasladaban órdenes e intercambiaban opiniones encaminadas a intentar poner de nuevo su corazón en marcha. Estaba entre ellos, pero no podían verle. De repente, una inexplicable energía le arrastró hacia un oscuro túnel a través del cual, ingrávido, comenzó a deslizarse con una vertiginosa rapidez en dirección a una refulgente luz que notaba cada vez más cerca. Llegó al final de la galería y apareció en una brillante sala de dimensiones ilimitadas, donde solo se veía a dos silenciosos tipos, vestidos con trajes y corbatas negros. Parecían estar esperándole, sentados cada uno a un lado de un blanco escritorio. El de mayor edad tenía un aspecto apacible tras su nívea y luenga barba; el otro, mucho más joven, bronceado y con gafas de sol, mostraba una apariencia seria y circunspecta. El barbudo, con amable gesto, le invitó a sentarse al lado del hombre serio, se acomodó en su sillón y extrajo de algún compartimento un abultado dossier, que comenzó a ojear.

-         ¿Es usted Raymond Parker, nacido en Tulsa, Oklahoma y residente en Tavares, Florida?
-         Sí, soy yo. Díganme, ¿dónde estoy?
-         Bueno Raymond, dijo consultando su libreta, según nuestra información usted ha llegado aquí por casualidad. Nos gustaría decirle que se encuentra en el sitio equivocado, pero nos tememos que eso no sería rigurosamente cierto.
-         ¿Puede explicarse mejor? ¿Quiénes son ustedes?
-         Nuestros nombres son lo de menos, Raymond. Estamos aquí para analizar algunos hechos y establecer determinadas conclusiones, sentenció con voz queda el de las gafas de sol.
-         ¿Hechos? ¿Conclusiones? ¿Qué significa todo esto? ¿Estoy muerto, no?
A partir de ese momento, los hombres de negro fueron alternando sus comentarios.
-         Bien, podríamos asegurar que en estos momentos está usted clínicamente muerto, así es.
-         Entonces, supongo que esto es lo que ahí abajo llaman eternidad…
-         Ray, ¿sabe usted cómo ha fallecido?
-         Creo que estaba en la habitación de mi hotel cuando llamaron a la puerta. Abrí y un tipo alto, bien vestido y con una cicatriz en la mejilla preguntó si yo era Raymond Parker. Asentí, sacó un revólver y me disparó a bocajarro. Después de eso ya no recuerdo nada.
-         Efectivamente, esa es la secuencia exacta de los sucesos. Usted estaba alojado en el Holiday Inn de la Avenida Cumberland, en la habitación 204, cuando esta tarde, a las 16:37 horas un asesino a sueldo llamado Harry Rosolino, de Denver, acabó con su vida de un disparo.
-         ¿Bromea? ¿Un asesino a sueldo? ¿Quién iba a querer matarme a mí? Por el amor de Dios, solo soy un técnico de redes y sistemas que vino a Chicago a hacer un curso de especialización…
-         Amigo, en realidad Rosolino no quería matarle a usted. En la habitación 317 del mismo hotel se hospedaba otro Raymond Parker, nacido en Huntsville, Alabama y con última residencia conocida en Detroit, Michigan. Pero se registró con nombre y documentación falsos, lo cual confundió al sicario.
-         ¡Cielos! ¡Eso significa que estoy muerto por una maldita equivocación! Supongo que harán algo por remediarlo, ¿no?
-         Créanos si le decimos que en otras circunstancias lo intentaríamos, solo que tenemos la evidencia de que a usted le mataron correctamente, por error.
-         ¿Qué diantres dice usted? ¡Está claro que se han equivocado, soy una víctima!
-         Cálmese y escúchenos: el otro Raymond Parker es un mafioso de Detroit que recientemente superó un cáncer de hígado. Agradecido por ello, abandonó sus actividades ilegales y fue a Chicago a reunirse con su ex-esposa y sus hijos. Tiene la intención de reemprender junto a ellos una vida decente en algún remoto lugar, pero en el hotel no podía facilitar su verdadera identidad porque sabe que unos antiguos compinches, a los que debe un montón de pasta, quieren su cabeza en una bandeja de plata.
-         ¿Y qué? Eso deja las cosas como estaban, ¿no? Me han disparado por una maldita confusión, han de devolverme a la vida, ahora que aún estamos a tiempo. He visto muchas películas y…
-         Perdone, Ray. Olvídese de las películas. Pura fantasía. Le prometemos que los guionistas de cine no saben cómo es y cómo funciona esto. Aquí tenemos unas reglas y esas reglas se cumplen. Inexorablemente.
-         ¿Y qué regla van ustedes a aplicar? ¿Cómo lo piensan arreglar? Es evidente que ese pistolero, Rosolino, la cagó y le pegó un tiro a quien no debía…
-         Esa es la cuestión, Mr. Parker. Creemos que Rosolino (y no es necesario que insista en que fue un equívoco), le pegó un tiro a quien sí debía.
-         ¿Qué mierda están ustedes diciendo? ¿Quién podría tener algo contra mí?
-         Ray, no está entendiendo nada de nada y además, hay dos cosas que queremos que le queden claras: uno, sabemos siempre cuando alguien miente y dos, conocemos perfectamente todo lo que usted había planeado hacer en Chicago.
-         ¿De veras? ¿Y qué es lo que había planeado?
-         Usted vino con el pretexto de asistir a un Curso Avanzado de Seguridad de Redes, pero su principal objetivo, y por eso trajo una vieja Beretta que consiguió en el mercado negro, era liquidar a su padre, Edward Parker, que vive en la ciudad, para recibir su herencia. Es usted un ludópata empedernido y está completamente arruinado.
-         ….
-         Ray, su silencio resulta muy explícito. Creemos que ha entendido perfectamente que tenemos poderosas razones para no devolverle a su cuerpo. La chapuza de Rosolino equivocándose de hombre fue a la postre una bendición, pues evitó que la víctima (o sea, usted) pudiese acabar con otra vida. Mientras, su tocayo Raymond Parker, el superviviente, tendrá la oportunidad de rehacer su existencia con las personas que lo quieren. Ahora suponemos que comprenderá por qué sostenemos que usted  murió correctamente, por error.
-         ….
-         Esta tarde la justicia se vistió de azar, Ray. Lo sentimos, pero tendrá que quedarse aquí con nosotros, dijo el hombre mayor dando carpetazo.