Si dispusiéramos de un módulo descifrador
de chips biológicos y lo acercásemos al omóplato izquierdo de la persona que
ahora mira su reflejo en el espejo y se acaricia el mentón, tendríamos íntegro
acceso a su dossier vital. Como no es el caso, referiré que ese varón blanco caucásico
de complexión atlética se llama Samuel ‘Sam’
Baker, nacido hace cuarenta y seis años, tres meses y dieciocho días en
Valentineville, distrito de Crystal, en la Ínsula de Lava. Le restan pues,
exactamente, tres años, ocho meses y trece días para su EP o Evasión
Programada. Además de conocer su historial médico, secuencia completa de ADN propia
y de sus progenitores, expediente académico desde su infancia, situación
financiero-patrimonial y otra serie de minuciosa información personal,
podríamos haber sabido que Baker es heterosexual, no tiene descendientes, nunca
ha estado adscrito a cualquier GPAAC o Grupo Político Autorizado de Acción
Civil ni a ninguna Iglesia mono o politeísta, que desde abril de 2138 opera
como Técnico de Manipulación de la Razón en el SECC (Servicio Estatal de Comunicación Comunitaria) y que su tercera y última
compañera, Gladys Lukumi, de treinta y dos años, lo abandonó hace siete meses y
veintiún días después de cinco años de relación y un aborto espontáneo.
Si bien todos estos superfluos datos
no ayudan a comprender lo que el hombre piensa y se dispone a hacer seguidamente,
permiten sin embargo ilustrar al sujeto y algunas de sus circunstancias.
Sam Baker aleja el rostro del
espejo y tras cubrir su desnudo torso con una camiseta blanca, apaga la luz y
sale del baño. Con una viejísima balada de Ben Webster como música de fondo se
dirige al monitor de actividades estratégicas. Esta vez no desea visionar una
película, disfrutar de un partido ni competir en ningún video-juego. Se coloca
las gafas y tras pulsar la opción “Contacto
institucional” selecciona “Reclamación
administrativa”. El monitor exige en ese momento reconocimiento de iris y Sam
se somete con éxito a la validación. Como en las demás, en la tercera página del
menú de reclamaciones aparecen diversas alternativas y él escoge “Transgresión de derechos humanos”; el
sistema emite una lacónica respuesta: “Perfil
de usuario no compatible” y muestra dos
posibilidades. “ACEPTAR ó
REINTENTAR”. Sam presiona la última opción, parece convencido de lo que
hace. El ordenador, esta vez, responde: “Usuario
no comprometido. Acceso denegado. ACEPTAR ó REINTENTAR”. Eso significa, y él
lo sabe, que la red rechaza otra vez su solicitud por no ser miembro numerario
del partido que desde hace más de 100 años detenta el poder en el Continente y
que un nuevo intento solo ocasionará el envío a su domicilio de una Unidad Patriótica de Defensa (UPD) que
lo detendrá y encarcelará en un Cuartel de Prevención, a la espera de un duro
interrogatorio de insospechadas consecuencias.
La UPD tarda apenas tres minutos en
llegar a la puerta de la vivienda de Baker, situada en una zona residencial del
extrarradio urbano. Dos hombres armados lo conducen esposado hasta el interior
del furgoláser. Durante el trayecto hacia el Cuartel se detienen en un Control
de Seguridad y Sam percibe a través de la ventanilla blindada que el vehículo
oficial de un Ministro del Gobierno ha parado justo al lado. Entonces el
prisionero, hasta entonces ciudadano número 40.567.988 del Continente Gris,
yuxtapone las yemas de sus meñiques y el artefacto en forma de cápsula que ha
fabricado siguiendo las instrucciones de un libro secreto, salvado hace ochenta
años por su abuelo de los bomberos de la Brigada 451, revienta sus intestinos y
todo lo existente en doscientos metros a la redonda.
El Departamento en el que trabajaba
se ocupará de que ningún medio divulgue un suceso que nunca ha ocurrido; el
mensaje de Sam Baker jamás será enviado.