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martes, 12 de marzo de 2013

Las desventuras del hombre con un perro llamado Beckenbauer




Un hombre profundamente deprimido decidió acabar con su vida. Como era persona miedica y crédula, cuya religión le había inculcado que si se suicidaba su alma jamás dejaría de arder en el  infierno, ideó una estrategia para desencadenar la calamidad que facilitase un tránsito imprevisto y justificado.

Empezó pasando por debajo de la escalera de un operario de Telefónica; sólo consiguió un esguince de grado II en el tobillo derecho, al trastabillarse cuando bajaba de la acera.

Compró un precioso gato negro, pero el animalito no sobrevivió las violentas dentelladas que le infligió el doberman del hombre nada más traspasar la puerta de su vivienda.

Torció todos los cuadros del piso y estuvo una semana levantándose con el pie izquierdo, a consecuencia de lo cual un tío-abuelo suyo, de 87 años de edad y residente en Salamanca, sufrió una embolia.

Otro día rompió una luna del armario y a las pocas horas el tren Granada-Barcelona descarriló a su paso por Alcázar de San Juan.

Derramó quince kilos de sal, repartidos por todas las habitaciones, y aunque dimitieron dos ministros en Argentina, lo único que ocurrió es que se averió el aspirador.

Otra mañana subió de la tienda de los chinos con veinte paraguas negros y los dejó todos abiertos dentro del salón; de aquel día podemos reseñar que: a) no llovió, b) el perro se escondió acobardado debajo del sofá y c) se registró un importante movimiento sísmico en Kazajistán.

Y un martes 13, en el que el hombre tenía planeado tomar el autobús de la línea 13 para ir a pasar la jornada en el apartamento número 13 que había alquilado en el 13 de la Decimotercera Avenida, ese día, precisamente a las 13 horas y 13 minutos, un marido despechado lo confundió con el amante de su mujer y le pegó 13 tiros en el portal de su casa.

Asunto resuelto. Por cierto, ¿a alguien le interesa un doberman?


domingo, 10 de marzo de 2013

Bro'





Mi hermano mayor se llama Stanislav y es un cocodrilo; un cocodrilo americano, para más señas. Sí, parece absurdo, alucinante, un chiste, pero es la verdad. Os contaré la historia: mis papás son biólogos y aunque suene mal que yo lo diga, están un poco majaretas. Hace unos diez años se fueron a trabajar a Florida, concretamente a una zona que llaman Everglades y allí, entre zonas pantanosas, encontraron el huevo de uno de esos saurios. Como no localizaron a la madre, ni cortos ni perezosos se encargaron de incubarlo ellos mismos. Cuando nació Stanislav se acogieron a una de esas demenciales disposiciones yanquis que aún perduran en los condados de algunos estados, por la cual la gente puede ahijarse legalmente a cualquier ser vivo. Cuatro años después nací yo, cosa que les entusiasmó porque así ya tenían “la parejita”. Yo a Stanislav le quiero mucho pero le llamo Bro’ (de “brother”, hermano en inglés; vamos, como si aquí dijeras “tete”), pues no me gusta ese nombre tan raro que le pusieron mis papás. Nos llevamos muy bien aunque, la verdad, resulta un poco limitado para la mayoría de juegos y siempre lo tengo encima pidiéndome comida. En resumen, es buen chaval, lo único que me fastidia es que cada vez que salimos a pasear tenemos que utilizar las escaleras porque, como aún no ha aprendido a caminar a dos patas, no cabe en el ascensor y la puerta le pilla la cola. ¡A ver si le enseñan de una vez en el Colegio!